miércoles, 16 de junio de 2010

Presentimientos...





Hoy tuve el día más bello de todo el año.
Fíjese usted querido lector, que le quiero contar algo bonito, una cuestión de fe y de coincidencia, un suceso provocado por la magia del arte.
Esta mañana recibí la llamada de la persona que menos recordaba de mi infancia, una amiga que tuve de chico y que, tenía alrededor de doce años que no la veía, es una persona que según lo recordaba hasta hoy, me caía bien, era simple, sencilla y poética.
Isabel me marcó diciendo que consiguió mi número por suerte, de alguna persona que traté hace algunos meses para asuntos de CONfeTI y que tenía por lo tanto mi móvil, de ahí en una exposición, de una foto de recuerdo (para ser más específicos) me reconoció y por lo tanto pidió mi dato para reestablecer contacto.
A ella la recuerdo muchas veces como mi compañera de mesa, solía sentarse junto a mi y platicarme de caricaturas y "cosas de niñas" que a esa edad a mi no me importaban siquiera, pero debido a que no me caía mal la escuchaba con cierta atención hasta que algún día llegué a considerarla mi amiga.
Su llamada jamás la esperé, cuando marcó tardé un buen rato en recordar quien era, acepté verla porque resulta que estamos asignados al mismo grupo de patronaje artístico y por lo tanto de hoy en adelante trabajaré con ella en algunos proyectos de Conaculta.
Ella vive con su hermana desde hace tres años y según esto, un día tomó el violín de su abuelo y desde entonces no se pudo separar de él. Hablamos del destino, de la suerte que uno tiene de reencontrarse con la gente por cosas tan magníficas como el arte, habló de mi obra, me dijo que había leido algunas cosas de mi trabajo y entonces tras desayunar un plato enorme de ensalada y frutas que ella misma preparó, me mostró su propio arte.
Su corte de cabello es exactamente el mismo que usaba a los ocho años, de un negro abismal, medio largo, como en media luna, no sé de hecho si así se llame el corte, pero con eso asociaba su cabello cuando niños. Su piel es blanca, pálida, sus ojos grandes, redondos y cafés.
Aún saca la lengua cuando está concentrada, de momento sentí que viajé al pasado.
Su casa es singular, todo tiene duela de madera menos el baño, es un cuadro grande en el que se reparte la sala, la cocina y el comedor sin división alguna, de lado Sur una línea formada por una pared se subdivide a su vez en el baño y dos pequeñas recámaras a cada lado de este que son la suya y la de su hermana. El techo de la construcción era alto y blanco, detrás de ella se encontraba un ventanal rectangular y vertical por el que se hacía notar la fuerte lluvia que acontecía en una ciudad con toques londinenses de momento. Concentrada, cerró los ojos y me deleitó con una composicion de su autoria conformada por cuatro movimientos que iban de un turbulento inicio hasta un desolador final en el que se me ocurrieron mil historias.
Al final Isabel abrió los ojos nuevamente y me vio ahí, un completo desconocido-antes conocido- al que había mostrado lo más sincero de su ser.
Me sentí halagado por esta situación, le agradecí y le auguré un futuro magnífico en las viandas del arte.
Ella hizo lo mismo con mi trabajo, y después quedamos deacuerdo en que los dos estamos en una época de una calma tensa, ambos esperamos resultados esta semana de asuntos que hemos cosechado con esfuerzo durante años.
Así como yo me siento justo ahora ella se siente, tranquilo, con un pequeño piquete en el pecho de incertidumbre y fe, a sabiendas de que si las cosas no van como esperamos podríamos tardar cierto tiempo en salir de una tristeza y frustración provocada por desaires.
Nos deseamos suerte, nos dimos el hasta luego y al final de esta mañana me di cuenta de que, en el mundo existe también mucha gente que hace arte con fe y no con soberbia. Hoy agradecí el recibir esa llamada porque Isabel hizo que me diera cuenta que aunque no está jamás la seguridad de que las cosas salgan como uno desea a pesar de esfuerzos y sacrificios, siempre existen colegas que entienden lo que son las calmas tensas.
Hoy viajé a mi infancia y recordé cuanto me divertía de niño, recordé que también jugaba y que a diferencia de hoy, algún día, en algún lugar, en algún tiempo, existió un Diego que reía y corría, existió un yo que jamás se cansaba.

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