martes, 8 de noviembre de 2011

Soy nadie

Esta mañana desperté y preparé mi café, decidí que lo más razonable sería contar los minutos que tardo en desesperarme para esperar el anochecer.
Dicen que mi alma es de otoño; soy un montón de hojas machacadas en el suelo, cetrinas, muertas y a punto de ser olvidadas.
El escritor escribe en hojas y yo lo hago sobre montones de hojas marchitas que caen muertas a mis manos. No les doy vida, no les brindo esperanza, solo las uso como burlándome de su muerte mientras los días se burlan del silencio que recorre mi cabeza en el primer otoño que tengo sin nada qué decir.
Sin embargo, entre sueños escribo, aunque despierto no lo haga, esas hojas marchitas un día se rompen pues escribo con solidez, locura, pasión.
Entonces, un día sueño despierto, y dejo de comprender la realidad y la fantasía, me muevo lentamente entre dos oficios innegables: las letras literarias y aquellas que resumen lo pronto, prestas a la historia: el periodismo.
Entonces, déjeme decirle, estimado lector, las letras y el ofico de las mismas apasionan al hombre desde tiempos inmemorables, pero estas se han transformado, ni el escritor es apto para escribir periodismo, ni el periodista lo es para vivir ese romance con la lteratura.
Aquellos que eligen, vivir entre ambos mundos deben saber que el periodismo y la literatura son mundos distintos que se alimentan de la misma tierra, son montañas enormes y mortales, entre las que existe un infinito abismo, y que, aquellos que se deciden a pasear entre ambas andan a ciegas en una cuerda floja.
La seriedad del periodismo es compartida por la literatura, sin embargo, en una la ética es importante y en la otra mientras menos ética se tenga, más claridad se atribuye al texto.
El periodista debería desnudar al mundo, el literato se desnuda a sí mismo, a todo aquello que tiene inmediato, demuestra a sus próximos todo aquello que no quieren saber de él y se deja de formalidades burras, el literato se tira al abismo para descubrir qué existe en esa zona que es impoobservar.
El periodista dista mucho de ser un tipo tranquilo que observa todo de lejos; sin embargo, al contrario del literato, debe excluir en la medida humana de lo posible su propio ser. Podrá opinar en algunas ocasiones, pero debe buscar ignorar la pasión propia en bien de su oficio.
!Qué terrible es aquello!, dirá usted, ¿acaso el periodista no se aprecia o valora lo suficiente?
Yo le digo que sí, y quizá demasiado.
Este año escribí mucho, pero demasiado poco al mismo tiempo. Siempre que me llega el otoño, año tras año, cada vez más veloz, recapacito sobre mis procesos literarios, sabiendo a nadie le importan, pero yo me los tomo muy seriamente, y digo comunmente que esto o aquello me dejaron parcialmente satisfecho pero en esta ocasión no podría decir lo mismo.
Es complicado cumplir espectativas; seguramente usted o yo lo hemos hecho más de una vez en la vida, hacemos lo que debemos y no lo que queremos, obedecemos al mundo pretendiendo funcionar en él y no con él.
Entonces, desde hace un buen rato soy funcional en materia de lo posible, y no, no dejo de imaginarme cosas que quizá a muchos asustarían o juzgarían de absurdas, hombres en calzoncillos llorando en el metro, mujeres coqueteando con desconocidos sin motivo alguno (ni placer), flores tumbando camiones en las avenidas u hojas de otoño convirtiéndose en mariposas, todas esas cosas nada funcionales y quizá ociosas me hacen. Pero todas ellas han sido calladas, mis letras se han multiplicado siguiendo una línea de la que la propia literatura se sentiria avergonzada y frente al espejo me miro y el hecho de agradarle al grueso de la gente que no me soportaba antes, me hace sentir como una imitación barata de mi propio ser.
A menudo mi novia me dice que yo no sería capaz de hacer tal o cual cosa, situaciones de locura que antes me sacaban una sonrisa ahora parecen oprimidas, toda aquella amargura suele ocultarse estos días tras un montón de ocupaciones que dejan a todos esos seres que invento en el tintero, silenciosos esperando a que mi locura vuelva a funcionar.
Entonces, cuando me dice que no soy capaz de hacer cosas que parecieran malas ante el grueso de la gente e creo incapaz de hacerlas y me siento un poco vacío.
¿Tan malo es abrigar la idea de que un día enloqueceré por completo y haré lo que nadie se atreve?
toda mi adolescencia acobijé la idea de fingir demencia un buen día y salir a matar a toda aquella gente que se siente feliz con tanta nada, soñé con escuchar a los viejos e ignorar los bríos de los jóvenes que tienen una esperanza mustia en sí mismos y soñé con brincar de un edifico alto un día para separar mi alma del cuerpo antes de quedar convertido en puré.
¿Pero qué hace a un hombre pegar los pies en el suelo?
¿Acaso es la necesidad de algo o alguién?, ¿miedo a la muerte, al futuro?
A recientes fechas he visto al que fue mi mejor amigo convertido en una pena.
Si hoy estuviera de moralino diría que no soy nadie para calificarlo de algo, pero tristemente hoy siento que si lo soy.
Crecimos y aprendimos cosas juntos, soñamos con futuros y al mismo tiempos hicimos que nuestros tiempos peligraran, él hoy es un recuerdo de sí mismo y yo hoy aunque hago algo que encaja con los modelos de todos, siento que también soy un recuerdo de aquel soñador que tiene un rumbo definido y tristemente esperanzado en aquello que todos suelen llamar futuro.
Escribir no es lo mismo, algunos escriben por escribir y otros como yo, escriben porque escriben, analice lo que digo y no tiene tan poco sentido estimado lector.
Ha llegado otoño y me gusta pensar que todos esos cambios, la calma estática y mi reciente acercamiento con los convencionalismos por mantener la paz no se apoderen de mí hasta hacerme olvidar el motivo por el que hago todo esto.