sábado, 18 de diciembre de 2010

Icaro mirando la Luna


Dedico este cuento a mi buen amigo Vale, le pido una inmensa disculpa por faltar al festejo de su natalicio por una cita personal que proximamente le explicaré en persona. Un abrazo buen hombre, usted -como le dije hace poco- es de las mejores personas que conocí desde siempre jamás. Que la vida no le sea ingrata.

Su amigo Diego.




Una sofisticada y bien vestida mujer está suspirando a la orilla del barco que irá a América, luce agotada y hermosa, su velo se vuela y ni siquiera voltea, sigue impasible como esperando encontrar algo en el horizonte, un espejo de mano se cae al mar, no quiere verse y no entiendo porqué, es hermosa. Tiene pelo negro y corto, unos labios regordetes y piel pálida como una hoja de papel. Una lágrima se asomaba a sus ojos delineados y su rimel segundos después corría sobre sus mejillas marcando cruelmente el recorrer de su dolor. Sus ojos azules, color agua como las lágrimas que seguro ya había derramado esta misma noche en la soledad de su camarote. El cielo estrellado en el que tiritaban unas estrellas sordas, muchas aún sin nombre. Para mi esa mujer no tenía nombre aún.

Algo ocultaba en su silencio, su mirada nostálgica me decía mil cosas: que extrañaba a alguien que quizá no llegó, que estaba huyendo, o regresaba de algún sitio, que había sido exiliada de casa como nosotros, que huía de la muerte como fuera que se le acercase. Una cruel enfermedad, una casa silenciosa, un rechazo matrimonial, un engaño de su esposo, un odio en su vida, una enfermedad, locura, depresión, decepción o reciente pobreza, pensé muchas cosas. Eso ya me concernía pues me he enamorado a primera vista de ella.

De cuando el velo voló, llegó a mí un poderoso perfume a gardenias, calculo que la mujer tiene de entre 27 y 35 años, yo solo tengo 17 y vengo con mis padres, somos exiliados españoles y juraría que esa hermosa dama también lo es. Así nos trató la guerra, ingrata es: aleja y obliga al olvido, vamos a un país bárbaro, allá no tenemos nada, no esperamos nada.

Sacó un cigarrillo de su bolso, su belleza parecía extinta, pero yo aún veía esas cenizas, limpió las líneas crueles que el destino y el rimel le habían dejado sobre la cara con un pañuelo que igual dejó caer al agua. En tan solo minutos, esa sirena triste de mirada ausente, de fe perdida, sin nombre y solitaria me había atrapado con su canto, un canto llamado llanto. Tan tierna, yo quería ir a sus brazos a que me comiera vivo una y otra vez. Mi madre la vio y la llamó cabaretera, “seguro una dejada o una perdida”, “¿Qué le ves Saúl?, deja la tontería ¿adónde están tus hermanitos?”.

Soy el mayor de cinco, tres hermanas insoportables y un hermano demasiado chico como para serme una molestia, apenas camina.

Nos esperaba un largo viaje y lo fue más esa noche que la mujer sirena desapareció tempestivamente y yo miré como tonto el ancho mar, la curvatura de la Tierra, la nada rodeando mi persona, un mar negro y una lenta marea. Un calor tropical que a ratos traía a mi cabeza el aroma a gardenias de un velo que seguro estará ya volando junto a las estrellas.

Las estrellas, la Luna arriba callada siendo visor y testigo de mis pensamientos más bajos.

Hemos dejado atrás todo lo que mi abuelo cimentó, nos han corrido y mi padre está deprimido tomando vino de amontillado con otros que viven situación similar, “¿adonde vamos?”, “¿qué a pasado?”, América luce horrible ante nuestra imaginación. No sabemos que barbaridades se viven allá, quisiera volver a la casa del abuelo y recostarme en mi cama.

Pero no, estoy en medio del Atlántico en un barco sucio, sin retorno y por ahí una sirena con el rimel corrido que se me ha metido en la cabeza, seguro llora aún.

Entonces soñé con todo lo que dejábamos, a mis hermanas esto les parecía una aventura desconocida, a mi madre el terror de tierras hostiles la tenían muy irritable y yo prefería mantenerme alejado. Mi padre bebía todo el día con un tal José como lo repito de un amontillado terrible.

Esa tarde comimos mariscos y pescado blanco frito, sabían terribles.

En la noche me empecé a sentir mareado hasta que vomité.

A la mañana siguiente la brisa de mar me ha hecho mucho mejor, desayunamos bananas fritas y vi a la sirena más serena, con gafas oscuras bebiendo agua simple.

En el vaso de vidrio deja la marca de su grueso labial rojo y yo no puedo dejar de mirarle. José el amigo de mi padre me sirve de ese amontillado, no se con cuanto cargan, pero empiezo a pensar que han traído para todo el viaje.

La sirena me llama con su aroma a gardenias, ha notado que la miro con deseo y morbo, con curiosidad casi de niño y se quita las gafas, tiene ojeras grandes pero me observa mientras yo le sonrío, después doy un trago torpe al amontillado y no puedo evitar hacer un gesto, seguro le parezco estúpido y muy niño. Pero me sonríe y mi corazón enloquece, me pongo rojo y termino mi plato. Estoy harto del aroma a sal, todo es el mar y ninguna gaviota se asoma, voy a ver el halo de agua lenta que deja el barco, una línea blanca de resaca marítima que se borra a los pocos metros, no regresaremos a casa ya, parecido al cuento de Hansel y Gretel que pierden la pista de vuelta a casa comida por las aves, a nosotros el camino que marcamos se lo come Zeus, nos da el verdadero mensaje. Allá en Asturias ya no somos bienvenidos, adonde vamos no tenemos la menor idea.

Me saco la camisa pues estoy sudando, empieza a anochecer, mi padre aún toma con José se han metido al camarote de ese hombre que va solo, entonces veo a la sirena siendo poseída por el mar negro y la Luna inmensa nuevamente. Y yo me siento a sentir en mi febril cuerpo la brisa del mar, que pasa por todo mi pecho, la miro de reojo, como su cabello es ondeado por el viento fresco, una gota de sudor que baja por su fino cuello hasta partes incomprensibles a mi persona.

Me llama niño mientras se acerca y siento entre coraje, vergüenza y emoción, se sienta junto a mí y ese aroma a gardenias es mas fuerte que nada, no puedo controlarme a mirar su escote y su piel está enchinada.

Soy Penélope- me dice, ¡ya se el nombre de la sirena!

Yo Ike- le respondo disimulando tranquilidad e indiferencia.

¿Me podrías abrazar?- me pregunta y yo miro sus pechos incontrolablemente de nueva vez.

Y yo la abrazo torpemente cuando vuelve a llorar en mi hombro que siente sus cálidas lágrimas bajar por mi tórax desnudo. Siento su pecho contra mi estómago, es cálido y suave, el palpitar lento de su corazón tan fuerte como si me lo hubiera comido y yaciera en mi barriga.

Sus brazos rodeándome, su piel es tersa y de su cabello el aroma a gardenias venido directo del fruto, la escucho susurrar perdones, siento sus labios hablando en mis pezones y estos endurecen. El agua de sus ojos recorre mi cuerpo aún, lleva mucho y no se calla.

Con la parte anterior de su mano limpia sus lágrimas y suspira con los ojos cerrados, se aleja de mí y me toma de la cara, acerca sus labios a los míos y siento su bouquet femenino con un grado de cigarro, me besa dulcemente y después mete su lengua en mi boca.

Después la mano derecha en mi pantalón y empieza a halar.

Se levanta de pronto y me toma de la mano, en la oscuridad nuestras sombras, nuestra silueta se ve desapareciendo hasta la entrada de su camarote adonde me recuesta en la cama y se monta en mí, se levanta su vestido de una pieza y queda desnuda por completo. Acerca sus pechos a mi boca y yo los beso, siento su sexo posarse sobre mis pantalones perfectamente, ella retrocede y me los quita diestramente. La recibo como hombre en la penumbra del camarote diminuto, ella me besa mientras lo hago. Después siento por mi mejilla escurrirse otra lágrima gruesa hasta mi oído, toma mis manos y las lleva a sus pechos para que acaricie su suculenta punta. A ratos mete su traviesa lengua a lucha con la mía tan torpe, besa mi cuelo y mi lóbulo, todo hasta sus lágrimas. Creo que me he enamorado. Soy un torpe muchacho.

Cuando exploto me da un último beso en la boca, de esos de lengua cálida y me deja besarle el cuello por última vez, probé su hipnotizante sudor. Esa sirena me dejó vivo.

Después comenzó a llorar en la orilla de la camita y me corrió.

Yo salí corriendo de júbilo a pedirle a José y a mi padre un amontillado, ya era todo un hombre yo, cuando abrí el camarote emparejado vi a José besando a una mujer en los labios, la mujer voltea. No es una mujer, es mi padre vestido de mujer.

Y fui al camarote de Penélope llorando buscando un abrazo como el que yo le di, pero no está y me quedo llorando ahí solo toda la noche sintiendo un hueco en la barriga enorme, miedo a la oscuridad que aseguraba haber superado ya vuelve repentino. ¿Adonde está mi sirena, esa de la que me he enamorado?

Se aventó al mar esa noche, volvió a casa nadando mi sirena de los labios amargos.

Y el resto del viaje miré el horizonte pensando encontrarla como ella buscaba encontrar algo que nunca supe que era, no dije nada de mi padre ni de José.

Nunca había hablado de esa noche.

Llegamos a la tierra hostil y ahí nos quedamos hasta hacernos parte de ella.

Y siempre que miro el mar, sé que la sirena está ahí, sé que se llama Penélope y que está esperando a que yo vaya y le haga la pregunta que jamás hice:

¿por qué llora?

DPMCH

jueves, 16 de diciembre de 2010

Fantasmas.

Ahí estaba yo.

El árbol de duraznos de mi madre y tierra amontonada frente a mí.

El viento me pegaba en la cara y movía mi cabello feo, dejaba ver mi pánico ante la situación. Hacía un olor a humedad en la tierra que diáfana mostraba su intención de dejar caer un diluvio de febrero.

Mi cabello no era nada amable con la vista jamás: cada que crecía se encrespaba y me hacía parecer una señora vieja de esas que se cansan de su pelo y se lo cortan, de aquellas a las que no les interesa ya el cómo se ven. Al menos eso pienso yo.

Ahí estaba yo tratando de contener mi llanto ante nadie, completamente solo con la cara aterida por ese miedo a la vergüenza, justo en ese momento no veía nada, solo escuchaba cómo el viento pegaba contra las hojas del durazno, cómo mi corazón latía cada vez más fuerte y cómo ese bulto de tierra atraía todos mis miedos. Parecía enorme, se tragaba todo: el sonido, el olor, la respiración y mi calma. Al mismo tiempo estaban todos mis miedos conmigo, todas esas cosas que odié de niño se postraban frente a mí al no saber qué diría a los demás cuando tuviera que contarles.

Veía a mi hermano llorando, a mi madre igual, a mi padre con cara de enfadado y yo ahí sin saber cómo explicarlo. Justo como ahora no podía comprender la situación, no podía asimilarlo.

Sócrates había muerto y solamente yo lo había visto.

Lo tomé, ese gato parecía un tigre, estaba pesado y dócil como goma suave.

No me vio, no le abrí los ojos ni hice drama. Jamás había sido sentimental, no intenté revivirlo, solo lo tuve entre mis brazos mientras comenzaba el partido del Barcelona y lo puse en mis piernas, lo acaricié un rato.

No ronroneaba, ni me mordía, ni estaba cálido.

El partido era aburrido, no quería verlo, ni a él ni a Sócrates, tenía un nudo en la garganta. Nadie llegaba.

Le di entierro con la pala con la que hacía mis exploraciones de niño y ahí estaba ahora mismo viendo que los muertos no salen de su tumba.

Vi el día que llegó que mi paranoia me hizo creerme alérgico a él, cuando lo cargue a escondidas el día siguiente y me orinó la camiseta.

Cuando le di biberón por primera vez, inclusive cuando le hablé como si yo fuera un bebe.

Y suelto un murmullo sin quererlo, una lágrima densa y cálida escurre por mi mejilla y trato de disimularlo, aunque estoy solo trato de que nadie se de cuenta de que estoy llorando.

Cuando miro a los que me rodean, estos no existen, pero los tengo de algún modo ahí conmigo.

Y me suelto a llorar como niño.

No tengo el valor para decirle a nadie lo que ha sucedido esta tarde, quizá me complico mucho las cosas.

Y me salgo a caminar a esa avenida que hoy parece el fin del mundo.

Creo que soy muy dramático.

No, espera.

Creo que no.

Y voy, de algún modo solo escucho mis pasos.

-Joder-

.Joder.

“Joder”

Camino ausente del mundo conteniendo esa cara de tristeza franca, ocultándola de los que pasan junto a mí aunque no les importe siquiera.

No me ven.

De pronto paso junto a una lavandería, una silueta me contiene: ya la había visto antes, está ahí poniendo el detergente con mucho encanto.

Me quedo varado.

Viéndola con mi cara de llanto contenido en la puerta del negocio.

Ni siquiera me percato de lo estúpido que me veo ahí.

Hasta que ella me mira y rompe el silencio que traigo en mi.

-¿Si?-

Una situación nada romántica-Pienso.

Hola- Contesto yo.

-¿Dime?-

Demasiadas preguntas en poco tiempo, por eso le contesto con otra:

¿Cómo te llamas?-

Y hace un gesto despectivo:

-Irene, ¿por?-

Y quiero contarle lo que me pasa, pero tengo el prejuicio de los locos, además esa cara que hizo me lastimó. Sin querer ella entró en algo que no tiene porqué.

Soy patético.

Me voy caminando como imbecil deseando ser invisible, que mi espalda no exista;

“por favor, por favor”.

-¿Estas bien?- Me grita ella a lo lejos.

Ajá- Digo sin voltear.

Cuando llegó a casa mi hermano me pregunta:

¿Y Sócrates?-

No sé- le respondo.

Ahí va un fantasma…


Un micro-cuentito de hace unos cinco años.

DPMCH