lunes, 21 de junio de 2010

El caso de Turman Pey IV




La primera habitación fue abierta de tajo por Sulky, una patada de la bestia de casi dos metros con su corpulencia valuada en casi 150 kilogramos bastó para que la puertucha vieja y apolillada se derrumbara de tajo. En ella la escena resultó harto terrible para los hombres: un hombre casado de unos 45 años se encontraba inclinado con un atuendo sado masoquista mientras un jovencito delgaducho con el cabello pintado de rojo y bikini negro de piel le daba golpes en las nalgas con un cuero negro también.
El hombre casado intentó darse vueltas pues se encontraba amarrado y sometido:
“¿Ana?”-Dijo, el que seguramente era el nombre de su esposa y el chico delgado peli teñido se fue corriendo al baño en cuanto vio aquella escena.
Diego Armando soltó una risotada, el hombre amarrado sobre la cama gritaba continuamente ese mismo nombre de “Ana”, tenía los ojos vendados y se notaba harto angustiado, por ahí dicen que el miedo no anda en burro.
Sulky después, siguió la risa de Diego Armando y salió dando risotadas tremendas también, Richie, nuestro hombre de la camisa color azul cielo, que también disfrutaba de tener noches pasionales sado con prostitutas que rentaba de vez en cuando y terminaba matando por pecadoras, se dio cuenta que odiaría estar en esa situación algún día por lo que se disculpó sinceramente y se retiró de la habitación.
¡A callar!, ¡Parecen niños!-Dice a los hombres que se encuentran recargados sobre unas columnas de madera en las entre habitaciones, los hombres se incorporan y siguen su búsqueda en la siguiente habitación.
Mientras tanto, la hetera que había pasado la noche con Turman Pey, se asoma por la ventana, esta da justamente hacia el patio común del hotel, los tres hombres que tumban la segunda puerta de tajo en ese instante, la mujer recuerda su pasado próximo y piensa inmediatamente que son hombres de “El Dientes”, su antiguo proxeneta al que le dio una patada en la entrepierna hace tres meses y después salió huyendo para hacer negocios por su propia cuenta. Sale hecha un rayo, Turman se da cuenta de ello:
¿Qué pasa?-
¡Vienen por mi!- Dice la mujer asustada y de inmediato alerta a Turman que si algo jamás había sido era valiente.-
¡Dale, te saco de aquí!-Dice Turman que abre una puertecita escondida en un closet desde la cual el dueño a menudo espiaba a sus clientes para vendérselos a un cineasta porno amateur de la zona como ingreso extraordinario.
Turman conocía esa puerta pues llevaba una amistad entrañable –y decían las malas lenguas que de tono romántico-secreto-desde hace mucho con el dueño del hotel ese que le contó sus secretos sobre los negocios de mala muerte tras una amistad de muchos años.
En la habitación se quedó una truza amarillenta propiedad de Turman Pey, esto era obvio puesto que el hombre bordaba su nombre en toda su ropa esperando algún día regalársela a alguna grupie como trofeo cuando se la pidieran, asunto que en su vida, jamás habría de ocurrir.
La hetera con todo y su inmensa tristeza tras correr en la motocicleta de Turman Pey semidesnuda por casi tres millas en el fresco matutino del desierto y observar a la maravilla de la naturaleza con sus colores vivos, tras sentir su negro cabello volar con el viento y limpiarse de la pestilencia del obeso viejo aquel, decidió entregarse a su muerte finalmente.
Turman se detuvo, el hombre sudaba a chorros, su peluquín se ladeaba por su calva, el desierto detrás de él, y su sombra expandiéndose sobre lo que parecían diez metros de dunas de arena.
La mujer se levantó de la motocicleta, llevaba sus senos descubiertos, unas bragas color azul y una camisa grande de Turman color beige, el hombre le tira el pago de la mujer en el piso, descartando tres dólares por la camisa y sigue su camino sin ningún cargo de conciencia.
La mujer camina sin rumbo fijo, con lágrimas es sus grandes ojos, de pronto, cuando se siente fatigada y percibe el golpe de sol de tajo, se tira sobre su espalda y cierra los ojos.
Una serpiente coquetea al cuerpo de la mujer, se acerca, la muerte baila junto a ella cadenciosamente. En unos días sería encontrada por la policía con la camisa de Turman Pey rodeando su cuerpo.
De cualquier forma el hombre estaba completamente jodido.
Cuando Richie, Sulky y diego Armando entraron al fin a la habitación en la que minutos antes estaba su perseguido encontraron sus amarillentas truzas, fueron levantadas con asco por Diego Armando. De inmediato se les vino a la cabeza lo que parecía más lógico: Turman Sabía que era perseguido, alguien lo había avisado de la venganza y no era una presa tan fácil como ostentaban lo era apenas unas horas antes.
Esa tarde los tres hombres viajaban silenciosos en el Impala 76 color naranja atardecer con música de Roberto Carlos que aclimataba el ambiente como si viajaran en cámara lenta.
Era hora de pedir ayuda extra al jefe “Jesucristo”, esperaban un espantoso e inevitable regaño.

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