jueves, 27 de noviembre de 2008

Crudos y medio vivos (Ter Li Dum último)

“Hoy que más triste me siento,
Hoy que más solo yo estoy,
Me he quedado,
Me han dejado
Solo y sin ilusión.”

Cantaban entonces dos ciegos, con facha de ausencia total de baño durante un largo tiempo en la estación de Oceanía, lo hacían a capela; un niño rapado los guiaba sin siquiera atreverse a mirar a los ojos a nadie de los que abordábamos el tren. En sus ojos no había brillo, ni en el de los ciegos, ni en los míos, ni en ninguna persona. Muchos venían completamente dormidos.
Ya es muy tarde.
Por las ventanas en las que leyendas como: “Te amo fulanita”, “tal por cual es un puto”, “Bidder”, “Tal y tal amor 100%”, “mariquitas de la voca tal son la ley”; entran los haces de luz de un sol tímido de finales de otoño, de ese que quema. Que pega duro en la cara como queriendo levantarnos a verdades que nadie quiere saber, pero están ahí, de esas luces que lo despiertan a uno de un plácido sueño y lo llevan a lugares inhóspitos. Que lo traen a uno de vuelta a la realidad.
De ese tipo de cosas que a uno le demuestran que papá ya no está ahí si algún día lo necesitamos. Que nos dicen que las arrugas aparecen repentinamente, que uno se cansa más rápido, que a veces el mirar el espejo se vuelve un martirio antes verdades terribles, que las noches solitarias se vuelven una carrera contra el tiempo si tuvimos una educación conservadora. Que si no somos conservadores en parte nos sentimos culpables. Que la mayor parte de todos nosotros somos de una clase a la que el televisor nos ofrece los mejores momentos en la vida y que estamos completamente cansados como para saber más allá de lo que nos dicen las noticias del odioso Joaquín López sobre lo que pasa en nuestras tierras. Que no tenemos tiempo a veces de atender nuestra propia sonrisa.
Veo asientos y lugares que a lo largo de mi vida recorrí ya muchas veces, que nunca me han gustado del todo, esos lugares en los que sentado viví y pensé cosas distintas a las que hoy acosan mi pensamiento.
Que inevitablemente serán muchas veces malditos y benditos, pues la historia no se deja de escribir jamás y la mía así continuará hasta que inevitablemente un día muera.
El niño sin brillo en los ojos pasa a un lado mío, huele a tierra y habla en un dialecto que yo tristemente ignoro por completo.
Ojos ciegos que si ven, no como los intérpretes.
Oídos que no escuchan como los míos esa letra tan despojada. Ese niño está muerto en vida, su alma está a lo lejos, justo adonde está viendo por el avanzar del vagón los puntos que de pronto le provocan algo mientras se aleja sin otra opción que olvidar rápidamente cientos de imágenes y caras.
Algún día de seguro se quedó perdida su alma en alguna estación que nadie reclamó por la bocina.
Y hasta la noche será los ojos de esos ciegos; hasta justo el momento en que los suyos dejen de ver por unas horas y dará las gracias que eso se haya terminado, cansado sabrá que la mañana siguiente lo mismo le esperará. Queriendo saber quién es su madre, sin importarle de donde salió esa letra que los dos ciegos cantan con dolor mientras él los odia por los golpes que de pequeño le propinaban por “pendejo”.
No sabe su nombre, solo sabe lo que le espera mañana; “un día bueno pagarán”.
Esas mañanas con neblina y frío destructor, odia estas épocas en las que otro niños tiene ilusión y el no. ¿Qué de nuevo traerá el año?
Nada.
Solo silencio y miedos, lloriqueos que nadie escucha y más viajes vertiginosos en el metro.
De caras que le miran altivo como yo que después de eso me siento tan odioso.
Debiera morirme por sentir lástima de él. O estar muerto como él debería ya estar.
Entonces el ciego más feo le grita cuando suena el indefinible sonido de puertas abiertas y cerradas del metro:
“¡Lázaro!”
Y me pongo católico y puritano, recuerdo mis clases de doctrina y temo completamente por mí, por mi alma, que parecemos dos entes distantes que van juntos sin saber el motivo. Cuando Lázaro se baja del tren entre aquel horrible amarillo vomitivo que los misterios nos dan, veo una pareja:
Uno frente al otro mirándose a los ojos. Es la última vez que lo harán al parecer.
El llora mientras alcanzo a escucharle a ella:
“perdóname”
Entonces sigue el metro su camino insoportablemente frío, el Sol me da en la cara mientras recuerdo a Lázaro y la estación en la que estará hoy, en este mismo momento.
Cuando tome el valor y se vaya…
Quizá le irá peor. Al pensar en esto me doy golpes de pecho mustios, la siguiente estación me muestra una pareja más: estos dos se besan apasionadamente, con pasión, con los ojos cerrados, puede que hasta con los labios juntos se murmuren mil te quieros y te amos.
Ambos tienen una erección y la gente los ve mal; pero solo viven su momento.
Mientras, a lo lejos, Lázaro se encuentra en cuclillas comiendo su ganancia en una banqueta. El lugar huele a orines, está sucio pero ya ni lo siente, a lo lejos los dos ciegos beben un licor barato y comen lo mismo. Lázaro es sus ojos y detestan que el destino haya marcado su vida así. Detestan a ese niño pues saben que el tiene algo que ellos no.
Y Lázaro jamás supo de qué murió su abuelo, pero levanta el puño al cielo y reclama con dolor y lágrimas si es que alguien arriba se lo llevó por mera diversión o egoísmo al final de cuentas nadie le ve llorar.
Aquel abuelo pobre que jamás le dejó solo, aquel que le abrazaba en las noches de frío y le compraba sus cochinitos cuando tenía antojo.
Aquel que lo miraba con cariño y tristeza pues los padres del pequeño no estaban ahí.
Y suenan las campanas de la iglesia.
Son doce campanas y Lázaro ve que otros niños de la calle juegan en la fuente de San Fernando, caras sucias, boca sucia, con la piel quemada mientras los más grandes tirados en las bancas viajan por el activo mientras el Sol cuece su piel, mientras por dentro tienen bien claro lo crudo y cruel de las calles. Pero él no irá con ellos, le teme a esa crudeza.
Seguirá siendo los ojos ciegos de dos nublados.
Esperando que algún día su abuelo regrese, no sabe que a veces para encontrar uno debe buscar, aún tiene mucho en la cabeza: “no te muevas de aquí”. Eso es lo que hace.
Se abre de nueva cuenta la puerta del vagón.
Me tocan la puerta y salgo como vaca al matadero, muchos lo hacemos mientras traemos mil cosas en la cabeza. Llegaré tarde a la oficina.



Este me faltaba de los Ter Li Dum.
Pero no es uno del todo. Como todo...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Luna

Tan lejos la veo de aquí: “allá adonde nadie puede verla, adonde somos nadie, quizá menos que eso”. Esperando oportunidades que jamás llegan, puede que ni siquiera es una oportunidad lo que esperamos. Puede que sea un poco menos que eso.
Siendo tentada por el sexo de la mar, la Luna se acerca y se mira inocente en la gran masa de líquido con su brillo erótico que promete un placer cálido, una mirada frívola. Hasta que la mar la toma y la hace suya.
Fornican y fornican, la mañana llega cuando la vanidosa brillante se muere ella misma de placer. Hasta que la espuma de mar baja y se diluye: parece por un instante que nunca existió, pasa el tiempo lento o rápido, nadie lo ve pasar; va con tanta prisa siempre. Es tan veloz que antes de verlo siquiera uno se ha ido muy lejos ya.
Hasta que ya no hay más de ella ni de alguna huella que en la playa se quedó plasmada y es devorada por el ego de Poseidón. Esa Luna que acaricia las zonas blandas de la mar toda la noche y la pone erecta, lista para hacer lo que no se dice en las iglesias.
El nunca y el jamás.- Tienen ambos mucha razón de ser: nunca-jamás-nadie sabe como utilizarlas, nunca sabe nadie la severidad de las mismas, jamás se interesará nadie por las mismas. Yo las miro desde lejos, a esas dos haciendo su acto en la oscuridad; pensando ambas que las oculta el constante miedo que casi todos los mamíferos tenemos a la noche, haciendo su acto en pleno mundo sin el menor pudor. Siento yo envidia de ellas.
Puede que las odio un poco también.
Miro diminuto aquello en lo que mis sentimientos se involucran, se sienten completamente abrumados; el olor de ese acto amoroso no es desagradable, son diosas temebundas explorando sus más ínfimos deseos.
¿Con cuántos penes la más insaciable será saciada?
¿Cuántos corazones el patán macho deberá romper para acabar con sus inseguridades?
¿Cuándo tiempo nunca-nadie-jamás sabrá siquiera que yo vengo a esta costa cuando no puedo más a ser el móvil de un acto vouyerista de celos, envidia y furia?
Ni ellas que las tengo aquí enfrente de mí lo saben y no se afligen por ello lo más mínimo, puede que disfruten que las vea. En el peor de los casos jamás me han visto.
Ni me presienten al igual que yo no lo hago en las noches, no me escucho respirar, ni hablar, ni pestañear, ni pensar. Sin sentir.
Solo vienen lágrimas que patéticas me ponen a dormir en una calma absurda y jocosa. Ese es mi modo de ser parte de su acto erótico.
“Soy nadie”.
Envidia-celos-enojo.
Miro el universo, ese que cobija la enorme cama en la que ambas quizá conciben algo que yo no entenderé, ahí adonde dicen que los que hablan humano fueron idealizados algún día hasta hoy que son realidad. No veo ni su inicio ni su fin, esa enorme imagen mía en la orilla del risco se me hace un tanto absurda y temerosa. No veo adonde termino yo, adonde empieza la mar, adonde la Tierra y adonde sigue el universo.
No me importa saber quién soy, pues me daría miedo saberlo.
El universo es enorme, nosotros diminutos buscando un instante, posiblemente me sería bueno dejarme de esto y hacer lo que vine a hacer.
Pensar para el humano se volvió un acto-ocio.
¿En qué piensa desde hace tanto?
Mi madre, mi padre, todos aquellos que conocí pero no, al mismo tiempo están, dicen: “en el corazón de uno”.
Y recuerdo que hace una semana vine del “jamás-al-por que”, de esos mismos a la nada y de la nada llegué aquí caminando sin rumbo fijo hasta caer en el risco en la noche cuando no pude más. Pareciendo vagabundo.
Y es que podría contar mil historias que serían ciertas hasta que yo mismo dijera o hiciera ver que son lo contrario.
Historias como:
“Si, llegué aquí por abducción extraterrestre”
O “Un huracán me trajo aquí” – que no sería del todo una mentira: un huracán de acontecimientos que yo no pude controlar.
Así son todos los sucesos, además, no me gustaría ser comparado con el cuento de Dorothy y el mago de Oz. Odio esa historia.
“Estuve en un picadero siendo deseado por mil mujeres (ojala sea mentira) que me deseaban comer todas con sus entre piernas. Mientras, yo navegaba en un mar de aire denso muy distinto a este que veo hoy frente a mí”.
“Vi a un amigo que un día planeó embriagar y violar a la que hoy que lo reencuentro es su novia. Me ve con temor, pero igual no me importaba”.
Solo sé que hace un tiempo siento que algo viene.
Y por algún motivo terminé aquí.
Viendo el mundo avanzar sin control, esperando a que “el tiempo” llegue a la cita, que algo se termine o comience, que se vaya la calma rota por estas olas imperiosas y pasionales.
Que mis recuerdos vengan de la nada, que vuelvan como se fueron; que quizá alguna lágrima se mueva lenta por mis mejillas y termine en mi ombligo sucio y sudoroso. Que sienta el frío por esa diminuta línea de la brisa del mar y que mis ojos se conjuguen con el universo que me mira como el gran ojo de los dioses.
Que mi respiración ante la inmensidad del poético infinito no se detenga.
El recuerdo, el olvido y los sedantes que quizá tomé hace poco se terminan.
Ya sé a qué vine.
Recuerdo lo que hago aquí. Que me coma la mar, que me lleve la Luna.
Soy hijo de la Luna.
Y sin alas embisto al precipicio hasta que como un pequeño punto me pierdo en la mar…






(Los puntos suspensivos solo se usan si uno sabe qué va después)


REmi

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Tic Tac

Un cigarrillo que se disfruta y apesta mi cuarto a las dos de la tarde cuando nadie está en casa.
Iba justo al trabajo, algo me detuvo y no fue pereza; era muy temprano y fui el último en salir, el café se quedó a media taza, el pan con el cuchillo en la tabla sin cortar y sin mantequilla, la mantequilla en el fregadero derritiéndose. El sol entra con miedo por la ventana justo hacia la mantequilla.
Como el caso de Icaro y sus alas de cera y plumas.
Una toronja con muchos gajos aún vivos y retozantes en jugo ácido, el periódico de ayer que aún no concluyo en la página de horóscopos, mi compañera de oficina me ha convencido de la importancia que estos tienen en la vida:
“No me vas a creer, pero me dijo el día que iba a conocer a mi novio.”
Y yo acá de soltero pensando en si yo tengo a alguien hasta que la radio dice la hora y tiro al suelo el tenedor con el bocado de papaya que estaba a punto de comer.
Tenía miel y granola, mi gato está oliéndolo ahora mismo.
Cuando llego a la avenida sé que es tarde, prometí a mi casera, aunque igual no le importa más que yo le pague que esta vez mi trabajo sería duradero.
Veo el tráfico, escucho las mentadas de madre, a gente en la acera corriendo, al sol que sale tibio y mi estómago ruge.
Camiones tocando sus poderosos claxon, los grita extras, las filas interminables de tráfico y el metro que trae en conserva a hombres sardina. Con cara de cárcel todos.
A una chica que me gusta, que nunca vi antes, que jamás volveré a ver.
Trae un largo y fino cuello, justo lo que uno quisiera morder toda una tarde como carnaza de perro hambriento, una clavícula que se hunde y parece la perfecta copa de whisky. Me dan ganas de revivir en ella mi alcoholismo y sueños, está lejos pero percibo su aroma desde aquí.
Huele al momento de paz de una mañana decembrina mirando el cielo perezosamente cuando este está azul amanecer, los dos recostados sudando con los vidrios empañados mientras la abrazo y juego con mis dedos en las entradas de su clavícula.
Mientras ella duerme plácida y desnuda sobre mí, siento su respiración en mi pecho y perezosamente me besa para solo seguir durmiendo. Suena el reloj y lo escucho como hace mucho no.
Me llega entonces su aroma de pelo, su aroma interno que es el rebote de su respiración, mi mirada está clavada en su clavícula, y cuando vuelvo de ese sueño me esta mirando, con sus ojos grandes y opacos. Dice mi nombre, y me besa la boca, con sus labios en los míos dice mi nombre.
Veo de cerca sus ojos que me ven, no me veo en ellos; veo su sonrisa, sus labios gruesos, rosados, su lengua, suspiro y me llega por completo su aroma fusionado con el mío.
Pero no sé que decía mi horóscopo hoy.
Y se va entre toda la gente con su cara bella y su cuerpo, y su clavícula.
Se ahoga en el río de rostros, y gente, y angustia, de desesperación y miedo.
Y recuerdo mi taza de café frío que estará ahí cuando vuelva hoy en la noche, la mantequilla y mi cama destendida; la llave goteando.
El periódico haciéndose más viejo.
Y más tarde y más brillante.
Y a la comida en la tarde con los compañeros de oficina que bromean y dicen mil pendejadas mientras yo les sonrío para no comer solo.
Como mañana que es sábado y levantaría la mantequilla, pisaría el tenedor descalzo y mentaría madres, todo el día descalzo pues nadie me cura.
Solo el pinche gato que está pelechando y me llena de pelos la garganta.
Y tomaré el teléfono para ir al cumpleaños de la recepcionista que me busca la cara a cada rato. Y estaré ahí sonriéndole a todos aunque los odio con todo mí ser.
Me dará asco esa mujer y me iré caminando solo hasta donde no pueda cojeando.
Y el café seguirá ahí.
Y la clavícula ahí en mi mente.
Y su cabello largo, su ombligo, sus ojos, sus labios.
Su aroma.
Por eso sentí pánico y no fui a trabajar, para sentarme en mi sillón y fumarme un cigarrillo, calentar esa taza de café y tomármelo lentamente mientras veo el mismo cielo que ambos estaríamos viendo justo ahora, y en diciembre, mientras me llega su aroma y la veo espléndida.
Beso su clavícula.
Y veo sus ojos, no me veo en ella.
Un buen cigarro y mi café que se acabó.
No fui trabajar, hace mucho que no estaba en casa a esta hora, que hoy me parece un magnifico día, hace mucho no escuchaba el reloj, puede no ser tan terrible si uno lo escucha bien y en paz.
Aunque no beba de esa clavícula...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cuando se va y viene la marea...

Un sueño se apodera de mi constantemente, dice que se muere algo en mi, si no es que muerto ya estoy; un bonito aparador me rodea, pero yo no me quedo ahì.
Es plenicota ahora mismo, nadie escucha, quiero dormir y no me acuesto, sigo de pie mirando cosas que no quiero, con el cuerpo completamente molido. Con el alma igual, sigue, sigue, ojala que mis ojos se cegaran, ojala que nunca hubiesen visto. Ojala que mi corazòn no latiera tan fuerte, tan ràpido, tan audible.
Ojala que alguièn màs estuviera acà a mi lado para discutir por cualquier pendejada, sin remordimientos decirle las cosas màs horribles y despuès sentir el hueco en el estòmago de que quizas me equivoquè.
Ojala que siquiera Genovevo siguiera vivo hoy para ir a verlo y mientras miro al techo le cuento a alguièn que jamàs desarrollò sentido del oìdo.
Evoluciòn que siempre estuvo en mi contra y hoy no es distinto.
Distinto quizas soy hoy, al de ayer y antier (o ante ayer), el mismo de fàbrica, distinto de vuelo, con pintura cambiada, devaluado como auto recièn salido de agencia. Salì de algùn sitio yo tambièn, pero esas son historias de las que el escritor jamàs escribe pues son demasiado vagas, tan poco importantes, tan fomes, que jamàs valdrà la pena gastar tinta para ello. O puede que no se cuenten porque la intenciòn de creador sea solo hacer una imagen mìtica de quièn quizà si se supiera un poco màs no serìa nadie.
Nada:
Mucho se usa esa palabra como el bastante, esas palabras nadie las sabe usar, a veces cuando alguièn las usa (repito, generalmente mal) no digo nada, sè que lo hizo mal la mayorià de las veces y tengo ganas de irme de pena que me da.
Nada.
Mucha gente en el mundo es nada, entre ellos yo estoy consiguiendo la alquimia para serlo, quizà esa inmensidad me enseñe quièn soy en verdad. Todo se escribe de algùn modo distinto:
tictac, terterter, blablabla, fshyy, etcètera.
Pero la nada no se puede escribir de otro modo que con esas cuatro letras.
Jamàs comprendì cual es el sonido del silencio que no aborde la inequidad que dan los sìmbolos (presencias de la ausencia)que a veces parecen ademàs demasiada trampa.
Uno se puede perder en el tv, tambièn, uno puede desaparecer como Houdini cuando no tiene nada que decir; cuando el tiempo se agota en cuestiones ciegas e imperceptibles, cuando uno hace cosas que quiere y no debe, cuando uno esta drogado, tomado, divertido, morboso, sexoso, o quiza dormido.
Es uno de esos terribles sueños en los que uno se ve recostado y un minuto despuès despertando con dolor de cuello, de esos que ni caso tienen, que no debieran existir.
Entonces despierto y me pongo a pensar un poco el algo que no es tan ameno, pero cabe decir que la certeza de esta situaciòn se me vino justo cuando estaba en uno de los lugares màs amenos que conocì hasta hoy: una casita de tè a la que me guiò una asistente de artista que me hizo pensar por un momento que quizà mis trabajos no sean tan geniales; (saludos y no por regresarlos solamente de verdad) un tè delicioso, harto exquisito, del que puede me volverè adicto en està època.
La certeza es esa de que ya no me importa o no me da tiempo el pensar en còmo me veo, solo me veo y voy, y vengo, no sè si sea malo eso, pero gusto no me ha dado.
Es que una cosa es la superficialidad y otra la banalidad, aquello superfluo no debe necesariamente un tributo o boda con lo vano; ahì me preocupo entonces (lo acepto) al pensar que en estos dìas me quedo vano y no soy superfluo.
Si.
Sin saber entonces en què punto estoy.
Aunque eso si: me quedo con el tè que quizà llene mi banalidad de nuez falsa y entonces, eligirè algùn sabor en especial para que todo yo sea un tè.
¡¡¡Ad hoc!!!

domingo, 2 de noviembre de 2008

Paris no se lleva con el Sol (fragmento de)

Amor

Ella sentada completamente desnuda sobre mi persona.
Llorando con la cabeza mirando abajo. Su cabello le tapa el rostro, no quiere que la vea llorar. Extraña a su madre.
Tiene miedo: está sosteniendo relaciones con el que pareciera su hermano, conmigo. Yo la veo espléndida, sus senos aún no crecen lo que debieran, eso jamás pasa a los trece, pero en esta situación estamos. Somos dos chicos deprimidos que no saben lo que es ser amados, estamos hambrientos de cariño y por eso estamos haciendo esto mientras el abuelo salió de compras.
Hace una hora estábamos frente al televisor mirando nada, es época de nevada y los viñedos están muertos, el sauce mira melancólico al espejo blanco que es la tierra.
No se ve nada ni en el televisor ni por la ventana.
La chimenea está ardiendo y estamos cerca de ella, es más divertido mirar el fuego que el televisor. Tomamos una botella de vino y comenzamos a hablar sobre cosas tontas. ¿Has visto la leche cortada?-
-Si, parece semen-
-Eres un mentiroso, tú no eyaculas aún-
Entonces miré su clavícula, la cercanía al fuego había hecho que una gota de sudor se posara en sus comisuras, yo tenía sed.
Sed de ella.
Y me vio, se dio ese silencio que da el deseo, sentimos el impulso que da el sexo. Justo ese que da en la boca del estómago.
Y bebí de su clavícula, bebí de su ombligo, de sus labios, de su sexo, de su alma.
No me mira, está dominándome como siempre, a pesar de eso, esta es la vez que más susceptible la percibí hasta hoy. No me esconde nada.
Ni sus pezones rosados que se tensan sin el menor pudor.
Me besa en la boca, me toma del pelo como cuando de niños nos golpeábamos por cualquier tontería. Aún somos niños y no sé si esa fue una tontería.
Después terminamos con la cabeza al techo y el pudor volviéndonos a la cabeza.
Tapados hasta el cuello con la sabana que apareció de la nada, callados, esperando que alguno de los dos diera el primer paso a romper el silencio, esperando que alguno de los dos se levantara y se vistiera.
Esperando que el tiempo nos dijera qué pasa después del sexo.