miércoles, 10 de junio de 2009

Crònico orìnico de la ciudad

Todos tomamos algunos temas como propios y los defendemos a capa y espada quizà de un modo absurdo; ahì reside la libertad de expresiòn, todo aquello que muchos activistas dicen que no existe, sin embargo lo dicen -sintièndose quizà, hèroes baratejos por decirlo abiertamente- en medio de mitines y espacios pùblicos, como factores de cambio y reflexiòn.
A menudo se tiene la idea de que los jòvenes somos limitados, censurados, relegados y desprotegidos, si a eso le añadimos la idea, de que la juventud en el centro de la repùblica se convierte en una minoria tambièn, debido a la creciente reducciòn en los ìndices de nacimiento entre los que hoy son adultos jòvenes (repito, en el centro de la repùblica unicamente), nos sentiremos pues, ante un panoràma terrible.
En mis ùltimos viajes me he encontrado con ideas diversas, claras y definitivamente pèsimas sobre lo que somos los capitalinos-como en todo, con todos, siempre me dicen que nada es definitivo ni una ley.
Muchos nos ven como ojetes, simplones, fijados, inseguros, agresivos, abusivos y poco èticos.
Muchos piensan que toda la escoria del paìs proviene de la capital, que todos somos entonces, un tipo de ratas humanas, delincuentes-neuròticos, tristes y con malos gustos. (Se me olvidò agregar que crecidos de ego tambièn).
Sin embargo, -tan solo cuando estoy de buen humor- defiendo a la capital como pocos puesto que una simple caminata en ciertas partes de ella me hacen recodar la fascinaciòn que sentì por primera vez al aventurarme a explorarla a pedazos.
En la ciudad, si uno se mete por las partes que debiera y no aquellas en las que la delincuencia crece, y en las que, definitivamente , la mayoria de nosotros crecimos nos podemos encontrar con un aroma a historia, con ambientes bohemios y paisajes bellìsimos en los que la calma se puede alcanzar.
Hoy les hablarè de la plaza de toros, una moda españolìsima que tomò con la mal denominada "charrerìa", toques mexicanos que explican la razòn del paìs para hacer suyas todas las situaciones imaginables adoptadas o infundidas por el destino.
Fuera de cualquier regla moral, ètica o hippie que pudiese entrar en discusiòn respecto a este tema (que no profundizarè en ellos), hablarè de las bases-no de la historia- de la tauromaquia, e intentarè acercar a todos los escepticos, un poco a la comprensiòn de esta tradiciòn (sin descartar que a mi tambièn se me blande el corazòn cuando veo tan abuso y salvajismo involucrado en faenas corridas, motivadas al circo màs sangriento y despiadado).
El arte taurino basa sobre todas las situaciones al desafio que se impone ante la vida propia; pone a prueba el valor de los toreros que salen en pro de demostrar la valentìa y la estètica, a arriesgar su propia vida y poner (como en aquellos famosos circos romanos) su vida en juego contra la de una bestia que tras ser provocada tiende a atacar y defenderse en medio del pànico que el pùblico le causa a defender su vida lastimosamente.
Detràs de la crìa de los toros encontramos la elecciòn de sementales y hembras de clase para que las crìas que daràn su vida en pro del espectàculo, para formar una galante pareja que procrearà a una bandada de toros de lidia que seràn tan solo parte de alguna de las casas de crìa especializadas en este arte.
Generalmente los toros no se dejan broncos, sin embargo hasta unas semanas antes de su corrida se les da una vida de reyes, con cuidados especiales y se les permite contener su bravura.
Se dice que quizà la añoranza de aquella vida de la que son despojados sin màs les da el coraje para embestir al precipicio en la que al final encuentran el sable del torero y su muerte definitiva.
El torero es criado para serlo, desde pequeño, cuando muestra aptitudes crece con la idea y el honor que refiere este arte y es entrenado por alguna escuela o torero retirado, para asì llegar a la fama si es que la merece algùn dìa, si es que la fortuna se lo permite.
Su vida no es muy distinta a la del toro; crece sabiendo que juega la vida, es como en un partido de soccer el eterno local, que si se descuida puede perder o echar a perder su vida por alguna herida que le impida seguir con esta pasiòn.
Al torero todavìa hace un tiempo se le veìa generalmente como un ìdolo que fomentaba todos los valores que el hombre de bien debìa considerar en su vida.
Por eso viste con el traje de lentejuelas, puesto que este representa en su aspecto el honor, la valentìa, la estètica y la luz que representa de entre los demàs hombres al exponer su vida para demostrar sus cualidades.
El estar tan cercano a los cuernos del toro, al tan solo tapar su pobre vista casi al momento del contacto con su propia humanidad, debe entonces, representar un reto y un suceso nada comùn; observas a la muerte de frente, es ella o tù la que al final de dìa darà su ùltimo respiro.
Generalmente las corridas de toros se hacen en la tarde o en mañana, para ser especìficos de entre las doce o tres de la tarde; se vive ese instante como quizà el ùltimo y la postura del traje es un ritual en el que el torero se encomienda a Dios, al destino y a su propia valentìa.
En las corridas generalmente se observan a personajes de actualidad en las primeras filas, el jerez en parvillo es la bebida de tradiciòn en medio de la corrida; comprende un jerez puro añejado en un cuero, lo que le da un sabor màs refrescante y ligero.
Tambièn es tradiciòn la cerveza que hasta los años 60 se tomaba al tiempo, ya despuès, gracias a las tècnicas de congelaciòn, se puede disfrutar en todo su esplendor frìa y en envases de cartòn.
En cuanto a la preparaciòn de esta, tomamos ingredientes base para su preparaciòn:
Agua.
Malta.
Lùpulo.
Levadura.

El agua se calienta junto con la malta, que suelta su cuerpo y sabor dulce, tras este paso, se separa el cereal del lìquido, que tiene ya un color claro y muy dulce.
Tras una segunda exposiciòn al calor, se agrega el lùpulo, cuya inorporaciòn a la receta se debe a los monjes de Escocia, que lo agregaron debido a sus cualidades de conservaciòn, y que, definitivamente fue una apuesta acertada, ya que el lùpulo contiene un grado de amargura que da el sabor definitivo a la cerveza.
Al final, se agrega la levadura en el lìquido, lo cual descompone las propiedades de la bebida y las transforma en alcohol, ademàs de brindarles la gasificaciòn necesaria,para que se pueda llamar entonces la bebida como tal: cerveza.
Al final se retira la levadura, misma que puede ser utilizada en futuras preparaciones y tras dejarla "bien muerta" se puede disfrutar en todo su esplendor.
"chic"

margot-remi@hotmail.com