jueves, 19 de marzo de 2009

Embistiendo al precipicio.

El soñar en medio de un mundo regido tan cruelmente por celulares, relojes, gritos y sexo es como ser un toro embistiendo a un tren.
Ayer Fabiola me dijo algo que hace mucho no me decían.
En alguna época (cuando mi vida, según Perla era como una comedia de humor negro muy entretenida)lo escuchaba muy a menudo, a tal grado que siempre temía de los futuros inmediatos, y por supuesto, ni hablar de los futuros lejanos, que desde siempre prefiero evitarlos en cualquier plática ya que, soy malísimo para idealizarme en unos años.(o quizá solo tengo miedo de que todo lo que se dice de mí sea cierto)
"Uno nunca sabe si lo que vemos que está pasando-pasa en realidad; lo que sucede nunca es lo que parece, o en el dado caso que si lo fuera terminamos rindiéndonos porque es demasiado tarde cuando nos damos cuenta que pudo-pasar algo con un poco de ayuda".
Esta frase la encontré en el diario de mi abuelo, la verdad no la entiendo, pero creo que se puede aplicar a distintas circunstancias en la vida de todos si nos ponemos en un sentido filosófico. ( y espero le encuentren relación con lo que a continuación contaré)
Ayer estaba comiendo con Marina, que (a modo de pequeño chisme, que los ubicará en el contexto)me contaba sobre la reciente enfermedad encontrada en su hermana Sandra, seis años mayor a ella, y de su incapacidad para contarle a su madre ya que no se llevan bien desde que ambas terminaron sus matrimonios para irse con personas más jóvenes y se quisieron dar (entre ellas) un sermón de moralidad y del concepto de "familia".
Marina también me habló de su relación con ambas y de lo grave de la situación en cuanto a salud se refiere de Sandra; ella me aseguró, que no podía contarle a su misma madre sobre el cáncer de su hermana, pues su hermana se enojaría, pero tampoco le parecía correcto no contar nada puesto que de algún modo "todas las personas esperamos una mano de vez en cuando".
Y después, ignorando toda mi incomodidad soltó la bomba y me metió en un asunto que no es para nada de mi incumbencia:
"Por favor Dieguito, diles, yo no tengo el valor":
Cuando más tarde fui al cine con Fabiola, le conté esta situación y ella me recordó algunos casos que fueron harto incómodos para mí, puesto que algunas personas a lo largo de mi vida se han sentido en tanta confianza conmigo como para encargarme tareas feas y complicadas:
Alguna vez me tocó decirle a mi propia madre que su papá había muerto. Esa fue mi imagen fundante de la muerte; mi primer contacto con ella en la que, mi mamá lloró como una chiquilla, y se tiró al suelo.
La otra fue cuando: por cobardía no pude aceptar durante un largo año que Sócrates era un fantasma ya, de hecho no pude decirle a nadie en mi familia. (y creo que aún piensan que anda por ahí)
Cuando a mi abuela la desauciaron y tuve que decirle a mi padre que dejara de ser tan duro con ella: "tu mamá se va a morir" le dije y se quedó callado mirando al suelo.
Cuando los papás (paás) de Samuel se separaron y me pidió que lo acompañara a contarle a su hermanito.
Cuando Camila se regresó con su maá y le tuve que decir a Samuel (su paá) pues ella no se tomó la amabilidad de informarle.
Cuando la Abuela de Camila se murió, tambien viví una escena feísima; En ese entonces los papás de Camila recién se habían divorciado, Camila me iba a visitar seguido hasta mi casa en ese entonces, pues huía de su casa y de todos sus dolores. Antes de que ella llegara a mi casa recibí una llamada de su madre en la que me pedía que le avisara que volviera.
"Cata se quedó dormidita mi amor"
Me dijo Blanca llorando para que yo atenuara la situación al arribo de mi amiga.
Entonces empecé a preparar café, a tronarme los dedos, a sentir pulgas en el culo de puro miedo a lo que debía decir.
Camila lloraba mucho cuando hablábamos esos días, se veía demacrada y más creyente de la soledad que jamás.
Cuando ella llegó, vino con esas pelis de Disney que sirven para levantar el ánimo, con chistes blancos, personajes "mecas"(citando a la palabra que aprendí de Susana Hernández)y tramas todas iguales.
"¡Mira Ike!, vamos por una pizza y vemos estas. ¿Vale?"
Y yo me quedé queriendo llorar sentado en la mesa con un tono de luz deprimente mirando al suelo.
Pensé lo muy pequeños que somos todos; que somos demasiado poco en medio de tanta nada.
Añorando juegos pasados, tonteras de tiempo libre de sobra y risas por cosas no entendidas por completo.
Deseé no estar ahí ni ser yo el que debía decirlo.
Pero aunque no lo pedì tuve que contarle tan solo para que ella se quitara esa máscara de ánimo y me mostrara sus fantasmas a tope.
"Cata"
Fabiola entonces me dijo:
"Siempre te pasan esas cosas Diego", y es cierto, no se a qué se deban, pero no son nada disfrutables.
Y es que a veces uno olvida como medir el tiempo, a veces uno solo deja que pase hasta que algo o nada llega.
A veces uno lucha para que pase algo; otras veces uno desearía que no pasara nada, pero siempre existe algo en común:
Nada se detiene.
Desde hace años no uso un reloj en mi muñeca, ultimamente siento que necesito uno, llego más cansado a casa que nunca, más fastidiado y más desencantado de las personas.
Cada vez gasto menos para ahorrar y hago las cosas con más coraje o "espíritu" como dice Mario Campa, pero si soy sincero lo hago justamente porque desde pequeño he tenido mucha conciencia de lo que es la muerte y no quiero que me rebase sin que yo, al menos haya hecho algunos intentos.
También platicaba con mi amigo Román sobre lo que es "vivir la vida" ya que desde que "anda de novio" con Jos, una chica sumamente religiosa, él cree saber lo que es la vida y cómo se debe vivir: "al tope".
Quizá no entiendo el verdadero significado de esa palabra y jamás lo haré; por distintas razones como lo son todos mis tráumas.
Pero eso si, me esfuerzo todos los días por hacer algo que al menos pueda recordar cuando me vaya, no como si fuera el último día de mi vida, que esa frase me parece sumamente pendeja.
No quiero vivir al diario con el miedo de que mañana ya no estaré acá, eso jamás me va a funcionar.
Por eso estoy vivo de vuelta acá, sabiendo más que nunca que el mundo está lleno de mierdas, osos, putas, leones, panas, "divertidores", divertidos, personas muy atractivas, bailarines, mosquitos, músicos, músicas, parejas de siameses, gatos y alguna persona por ahí que ocupa mis pensamientos.
¡Oh! y también yo estoy ahí.
Gracias y feliz primavera. (o algo así)

sábado, 7 de marzo de 2009

Cantando con la boca cerrada

“Si guardas silencio tendrás un poco en los bolsillos cuando lo necesites.”

Siempre callada y con la mente en blanco miraba Dafne a su abuelo tocar el piano de cola, negro e inmenso, ese piano era el espejo en que mejor se veía ella.
Cerraba los ojos, así se veía.
Bailando y cantando en medio de un espectáculo de bambalinas en el que ella era la atracción especial. Su figura entallaba un bello vestido blanco, pulcro, con vuelos que la hacían parecer una hermosa ave exótica. Una ninfa, la musa más adecuada al mundo idólatra.
Alzaba la voz y quebraba vidrios, rompía corazones se convertía en un sueño inalcanzable.
Era un sueño inalcanzable.
Rosas caían al escenario tras su canto, hombres perdían el corazón al verla caminar, a algún afortunado le guiñaba el ojo y entonces este moría de amor.
Despierta y se ve sangrando, aprieta una rosa roja del tallo y las espinitas de esta la han lastimado.
Entonces toma el periódico e intenta leerlo: Cierra los ojos tratando de concentrar su vencido sentido de la vista, hace todo lo posible por captar cada letrita que de pronto se maña y se empeña en ser incomprensible.
“Hoy en la noche María Callas se presenta en el teatro del ayuntamiento.”
El puente de su calzón se humedece por su sobre estimulado y oculto sexo, la desea, desea probar esos labios que entonan notas tan magníficas.
Desea ese cuello, morderlo, comerlo, hacerlo rojo, lamerlo por completo, deseaba que María Callas fuera suya.
De fondo su abuelo toca una canción lenta con cierta lujuria, al parecer esos momentos jamás terminarán, pero después de tanto tiempo esa luz, esos sonidos, el olor a caoba del estudio, su abuelo y el crujir de la madera en la época de frío se tendrían que terminar.
La tetera sonó:
¡Fshyyyyy!
En la mesa solo se escuchaba el golpe de la cuchara con la taza y los sorbos que de vez en cuando, o su abuelo o ella daban a la bebida.
Ella estaba inmersa en el deseo de ir a verla, de sentir su voz al oído, de olerla, de poseerla por un día.
De contarle sus pasiones más bajas, de mostrarle su secreta excitación.
-Ni lo pienses que hoy tengo dolor en mis huesos- Dijo su abuelo sin dirigirle la miraba mientras se frotaba los brazos.
Y ella ocultó sus lágrimas tras el humo que salía de la taza de té, se ocultó tras la caída de su largo y negro cabello. Bebió té con lágrimas salinas mientras su sueño se esfumaba cuando el equilibrio hacía que su bebida se enfriara.
Mucho tiempo de una paz maldita, de guerras, ruidos, facas y abandono en su interior.
De un deseo incontrolable entre sus piernas, de una nostalgia gigante en su corazón.
Soledad tenía que llamarse ella.
Su abuelo tosió flemático, asqueroso, sin recato alguno sobre su bebida.
Y ella se dio cuenta que hace mucho podía escuchar el caminar de las ratas detrás de las paredes.
Mucha calma para un corazón joven.
“María Callas”
No podía quitársela de la cabeza.
Suspiraba mientras la escuchaba entre sueños.
En el patio, la fuente se enfriaba aún más, a lo lejos se veía el humo de la fábrica de carbón y el cielo que se mostraba rojo, un cielo oxidado que estaba a punto de dar posada a un cuarto menguante casi finiquito.
Una parvada de aves volaban a lo lejos para enmarcar el ocaso.
Ese día oscureció temprano.
Después del té el abuelo siempre dormía una siesta al arrullo de la práctica de Soledad en el piano.
Ese era el trabajo de ella, ser lenta, recatada, noble, súbita como un té, paciente y hermosa como las melodías que tocaba mientras su abuelo dormía.
Odiaba eso, se odiaba por eso.
Y comenzó entonando “Patética” de Beethoven mientras gotitas de lágrimas salinas caían a sus dedos y disfrutaba obscenamente de ello.
Soledad vivía una excitación secreta que solo el cuerpo femenino puede comprender.
Al son de primer movimiento, se imagina de nuevo, ahí, en medio del escenario, dejando detrás a ese piano que desde niña tuvo que aprender con virtuosismo.
Las ratas detrás de las paredes, la madera crujiendo, la noche cayendo, sus lágrimas y su sexo estimulado por el banco, todo está en sintonía con su música.
Ve a su abuelo, ahí quieto, sin moverse ni un poco, en una calma insoportable, Soledad toca deseando hacer que el tiempo ocurra más pronto, no puede quitarse de la cabeza la idea de que, debe verla, debe decirle lo que siente cuando la ve, cuando piensa en ella.
Su abuelo parece quieto, demasiado, inclusive podría…
Y su pecho se le oprime, no sabe si de gusto o tristeza, esta será la última pieza para él, la toca como nunca antes lo hizo.
Ahí su abuelo con silencio de tumba entre las ratas, la madera, la noche y las lágrimas de la sobre-estimulada Soledad escuchando su última pieza.
Soledad ríe incontrolablemente mientras toca las últimas notas para su abuelo con tanta pasión, que sus dedos cortados han dejado las teclas del piano con manchitas rojas como si esta fuera la escena de un asesinato.
Se pone de pie y tras darle un beso en la frente al vejete corre a su habitación a arreglarse.
Las ratas, la madera, la noche, las lágrimas y el sobre-estimulado sexo de Soledad al fin tendrían saciedad esta noche si todo salía bien.
Hoy vería al fin a “María Callas”


Y este lo terminé apenitas.
REmi