martes, 6 de noviembre de 2012

Salitre y seca.



Hacía meses Ana se veía pálida. La luz en sus grandes ojos negros había desaparecido y caminaba cabizbaja, desarreglada, las miradas de jóvenes se desviaban ante tal imagen de vergüenza y tristeza. Semanas atrás durante mucho tiempo aún más atrás, era objeto de escrutinio a lo lejos,  juventud curvilínea con lujuria y deseo. Hoy el silencio inundaba su departamento cada mañana, un leve calor brotaba de la cocina como si se tratase de un micro infierno en vida ante el hervor de una tetera continuamente ignorada por su dueña.
El vapor inundaba el pequeño cuadro y ella recostada miraba al horizonte meditabunda. Había perdido al amor de su vida y la muerte le recorría la cabeza a cada segundo. Semanas de descuido en su alimento se basó en nostalgia y vapor de agua. Por ese motivo cuando el perito llegó a la escena, esperaba alguna escena horrible, ninguna como la que encontró en el departamento.
Esa mañana Ana amaneció después de una noche en vela. El insomnio se había apoderado de su rostro. Se decidió a tomar el camino fatal más poético jamás imaginable.Preparó un café amargo y tendió la ropa de su novio en la cama dispuesta a ser vestida. Escuchó con detenimiento las risas de niños jugando en el parque, el tránsito de la calle y el mundo rugir su existencia como implorando su muerte y receso. Inclusive logró percibir un silvar, quizá el viento que la tierra choca con su movimiento estrepitoso estelar. Abrazó la ropa y cuando la soledad le alcanzó y sintió la primer lágrima en su mejila retomó su destino.
Desde la llamada los propios oficiales encargados se mostraron extrañados por la imagen. El perito acostumbrado a las escenas más grotescas dio poca importancia a la palabra “increíble”, mencionada un sinnúmero de veces en un periodo de no más de cinco minutos.
Un aroma a sal rodeaba el espacio etéreo entre el sopor del calor de la tetera encendida. Aquella humedad brindaba al ambiente una sensación lejana y dificil de digerir. La tetera vacía se había fragmentado por el calor, las ventanas estaban empañadas, y ropa desprendida regada en el piso señalando el camino directo de la cama al baño figuraban en la última morada de Ana como un camino fatal.
En la puerta del baño, unas bragas rosadas, aún tibias ante el palpado del perito que se sintió perversamente exitado al volar su imaginación como si tocara la envoltura de un regalo. La idea del cuerpo desnudo y frágil de la mujer muerta llegó de golpe a su cabeza. Intentó inutilmente ocultar su agobio y antes de abrir la puerta, el oficial Damían le detuvo:
-“Debe saber que lo que observará es inaudito”.
¿Un cuerpo muerto? Habré visto cientos en mi vida.
-Ninguno como esté. –Aseguró el oficial.
Lo dudo mucho.
-Le digo la verdad.-
¿Exceso de sangre?-Pregunta el perito.
-Ni una gota.
Asfixia, envenenamiento, cianuro, cientos de causas pasaron por la cabeza del hombre, al paso de un par de minutos se quitó de encima al joven oficial y pidió un rato a solas para realizar el primer dictamen. A esta altura el perito estaba harto de la intrusión del oficial, deseaba correrlo, entrar a la escena y observarla. En la cama había visto fotografías de la mujer junto a su también marchado amante. Su cuerpo, su rostro, su ser y su aroma conjugaban a una persona disfrutable. Una Afrodita en vida. Quizá también en muerte.
El perito ocultaba su gusto por los cuerpos muertos, inertes. Su trabajo le permitía desbocar aquel gusto culposo sin restricciones ni reproches. La frialdad de los senos de las occisas, -aseguraba en su secreto más oculto- eran inigualables, la sangre detenida, helada en las venas silenciosas de un corazón muerto le daban una sensación de poder sin comparación.
Abre la puerta y se queda congelado. Comprende no existe modo de describir lo observado: Un cuerpo seco, arrugado y desprovisto de toda vida se encontraba sumergido en una tina en agua salitre.
Ana se había metido completamente desnuda una noche antes a la tina vacía, en completo silencio, desprovista de toda ilusión, comenzó a llorar tanto que se quedó seca. Había muerto por deshidratación y ahogo. Se había asfixiado en sus propias lágrimas. La tristeza le orilló a esta clase de muerte inaudita. No había forma de adentrar todos los detalles con objetividad en los formularios sin sentir que se cometían grandes omisiones al caso.