martes, 18 de mayo de 2010

El caso de Turman Pey III





Le gustaban las mujeres tristes, aquellas con la cara demacrada y sumida en una tristeza profunda y extensa, que cuando las vieras a sus verdes ojos notaras una pradera solitaria debajo del abrasivo sol, pastos secos y dorados siendo abatidos por una leve brisa apenas perceptible por la piel. Con labios cálidos y mejillas frívolas en las que las lágrimas parecían deslizarse por una pista de pálido hielo.
A la luz del alba que entraba por el cuartucho destartalado, el hombre obeso y calvo, el buscado Turman Pey disfrutaba de su dinero mal habido en compañía de una jovencita prostituta de dieciséis que lloraba en el baño del cuartucho del hotel forrado con alfombra gris y manchas en el piso. Él amaba esos lugares decadentes, espantosos y tiernos en los que este tipo de heteras recordaban sus ayeres y lloraban casi automáticamente tras ser poseídas por su deforme y diminuto falo.

El humo del cigarrillo salía por la ventana, ella lloraba en cuclillas y miraba por un resquicio de la cortina aquel magnífico espectáculo que ofrecen los desiertos en las mañanas, que parece que una Tierra de hielo y de pronto comienza a ser quemada por una inmensa bola de fuego. “Anna” como se hacía llamar esa ilegal prostituta, estaba segura de algún modo que el fin del mundo sería así. De pronto a toda la frivolidad y maldad del mundo, al igual que la bondad y paz llegaría a su fin consumida por una inmensa bola de fuego que arrasaría con todo. Entonces todas las mañanas veía el amanecer esperando a que el sol un día le cumpliera ese fatídico deseo.
En esta ocasión lo hacía desnuda escuchando al fondo los ronquidos de un tipo que se dice famoso en los Estados Unidos por cantar música y carga con él discos grabables con siete canciones y una foto de cuando tenía unos veinte años, aún presumía cabellera real y al cálculo habían pasado al menos veinte años de ello.

Algunas veces iba a ese Hotel ubicado entre dos pueblos que comúnmente eran azotados por el sol. En medio de la carretera, con algunos cactus como compañía a la descolorida y fea construcción un letrero se hacía visible a unos quince metros para gente de buena vista puesto que en la noche el edificio parecía fantasma al carecer de un anuncio luminoso; el letrero con la leyenda “El Diamante” colgaba y se tambaleaba al paso de los camiones grandes que pasaban furiosos casi ignorando la existencia de aquel negocio de apenas 17 habitaciones.

Ahí, dormido como un angelito estaba Turman Pey sin saber que su muerte estaba cerca; el dueño del Hotel era un viejo conocido suyo, un tal Ramón Fernández o Fernando Ramírez, da igual, cualquier persona que respondiera a cualquiera de esos dos nombres sería el indicado para morir o en el mejor de los casos sufrir una fea tortura hasta que soltara la sopa de nuestra próxima víctima.

Hace unas horas, cuando volvieron a la casa abandonada en la que dejaron unos días antes a la mujer con las piernas fracturadas, pensaron seriamente en cambiar nuestro estilo de confesión.
Cuando llegaron la mujer que antes se veía atractiva lucía delgada, sucia y pálida.
Una de sus piernas le arrastraba por el piso de fea forma y tenía una horrible pigmentación cetrina que a cualquier hombre de estómago débil haría vomitar.

A unos dos metros de la mujer había un aroma fétido a orines y los perros furiosos y hambrientos habían olido la carne de la mujer y casi tumbaban la puerta del cuarto en la que la encerraron si no es porque llegaron a tiempo.
Quizá si llegaban dos minutos más tarde hubieran visto a los perros tomando el festín de su vida.
Cargaban con media hamburguesa y una coca cola que pusieron frente a la confesora y prometieron que a cambio de información la dejarían comerla y después podría irse en libertad.
Fue entonces cuando dijo que Turman Pey solía visitar este Hotel con muchachitas, los miércoles en las noches que al parecer eran sus días favoritos, por eso hoy jueves los tres hombres viajaban en el auto Impala 76 color naranja atardecer.
El hombre usaba esta vez una camisa color azul cielo, un pantalón amarillo con negro de tipo golf, Sulky parecía un niño gigante, usaba un short a cuadros rojos con blanco y una camisa tipo polo color blanca, Diego Armando llevaba al parecer cuatro días usando la misma ropa y su aroma claramente lo mostraba así. El hombre de camisa azul cielo adoraba en realidad ese automóvil.
Cuando llegan a la recepción se encontraba vacía, una lamparita centelleante que daba un aspecto demacrado al sitio y una campanita de las comunes en los hoteles para llamar al personal se encontraba destrozada sobre la barra de atención. Diego Armando saca una moneda y la golpea contra la barra, como resultado un hombre en calzoncillos de tez blanca y con barba larga de candado canosa y lentes, en la mano derecha cargaba una pistola a la vista para según él evitar cualquier intento de asalto

Mientras tanto, los tres mafiosos analizan a conciencia el lugar, hasta que el hombre de camisa azul se decide y recargando un codo en la recepción comienza su persuasión:
-¿Turman Pey?
El recepcionista se queda en silencio unos segundos, reconoce el nombre pero la situación no es nada común.
¿Perdón?-contesta.
-Buscamos a Turman Pey, el cantante, nos dijeron que usted le conocía y que quizá estaba aquí.
No puedo darle información de mis clientes, ¿Quiénes son ustedes?, sería mejor que se fueran si no quieren…-Y entonces el pobre hombre coloca la pistola sobre la barra con el fusil apuntando a Richie, nuestro hombre de camisa azul cielo.
-Calme, mire que no se trata de eso, lo buscamos para una entrevista en el periódico dominical-Dice Diego Armando a lo que recibe una mirada de hielo de parte de Sulky por haber dicho tamaña estupidez.
¿Periódico?, ¡Que sorpresa!, ande que el buen Turman lleva una carrera reconocida en los Estados Unidos, mire que es hora de que se le haga justicia al pobre viejo-y agrega-Pero debe estar algo cansado justo ahora, dígame, venga mañana y entonces preparamos la sala y sirve que mencionan mi negocio, ¿Cómo ve?-Dice el hombre que más relajado quita su arma del mostrador y se muestra sonriente y amable.
-Bueno pues, es que mire; mañana saldremos justamente de vuelta al periódico y queríamos llevar la noticia caliente al editor.-Sigue Diego Armando ante la mirada atónita de Richie y Sulky que se extrañan de que aquella pésima mentira estuviese rindiendo frutos.
Pues si quiere puedo llamar a su habitación y en lo que el buen Turman se arregla yo le platico de sus inicios y de cómo se hizo cliente aquí. ¿Gusta un café?-
-Si es tan amable-Contesta Diego Armando y se sienta en el sillón viejo de piel sintética ubicado junto a una televisión prendida en una película de horror de los años cincuentas.
El hombre se mete a un cuartucho que funge como su dormitorio y comienza a preparar el café, Sulky y Richie se encuentran enojados con Diego Armando. Esto sucedía a menudo, cuando esto pasaba diego Armando los ignoraba y se divertía de lo lindo.
Tome, ¿quiere azúcar?-pregunta extendiendo una taza con mallugos en la boquilla con la leyenda de Acapulco corriendo por el dorso de la misma en diagonal con letras color rosa mexicano y una impresión de una mujer en bikini rojo tipo noventas.
-Tres por favor.- Contesta diego Armando, el hombre le extiende un palito de plástico visiblemente usado y tres bolsitas de azúcar, Diego Armando las usa y después se sale de la fea recepción bebiendo su café.
A lo lejos se escuchan tres disparos y después un fuerte golpe.
-Deberías dejar de hacer esas pendejadas-Dice Sulky que guarda su revolver en el cintillo de su pantalón mientras sale de la recepción.
El hombre de camisa azul cielo sale detrás de este y sin decir nada se dirige a la primer habitación.
Al día siguiente el dueño del negocio tendría lo que quería, una nota grande que hablaba de su hotel en el periódico…

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