jueves, 25 de diciembre de 2008

Hoy no sale el Sol (parte 2)

El vecino


Despierto por el ruido, Violeta abre la puerta de la casa y Paris canta una estúpida canción de las arañas. Sergio la llevará a la escuela y se irá a trabajar también.
Suena en la oquedad del pasillo una plática perturbadora: “¿Qué te hizo ese cabron?
Le dice Violeta a Soledad, prendo la televisión, no quiero hacerme juicios de la gente sin conocerla en realidad.
Desayuno restos fríos de la cena, no me da la gana calentarlos y me decido a escribir de nuevo, saco mis apuntes y mi maquina de escribir, prendo mi porro. El teléfono suena nuevamente, lo miro, ni quiero saber quién es y mejor lo desconecto.
Lo último que escribí fue:

“La noche se tornó densa de nuevo, tendría mis visiones del cosmos de nueva vez. Supe que el mundo se iba a acabar pronto.”
Me di cuenta que no recordaba de qué trataba el libro, hace tanto que ni pensaba en él, que lo leeré nuevamente.
Entonces saqué la caja en la que guardaba las hojas enumeradas, llevaba 2301, me asusté, eran muchísimas, tantas que yo no lo sabía. Al parecer la historia se había extendido más de lo que planeaba.
La hoja 1 hablaba de una niñez de Ike el protagonista en la que jugaba con su amor infantil debajo de un sauce llorón. Dos capítulos necesité para detallar el paisaje que en la historia sería intrascendente. De hecho, su amor de infancia muere a los trece años de edad, hasta el capítulo catorce. ¿Cuándo empezaron sus visiones?
En eso suena la puerta del departamento y pienso en quién puede ser, me quedo callado, no deja de sonar.
El pinche porro me traiciona y digo: ¡no estoy!
Si, soy un idiota, tendré que abrir.
Es Gabriel el vecino, tiene cara de me jode, parece que tuvo mala noche, le abro y percibe el aroma a hierba quemada, me mira en silencio, ve mi Wellington 56 en la mesa y las hojas tiradas por todas partes. Me mira de nueva vez, hasta que me doy cuenta que no he dicho ni una palabra:
“buen día”- le digo dudoso
“¿quiere una cerveza vecino?”- me pregunta
“si”- Le contesto
Entonces entré a su departamento, las paredes eran rosa pastel como el pantalón de Sergio, tenía recuerditos estúpidos de bodas y quince años. En una pared un adorno que decía en distintos percheritos
Estoy:
Contenta
Enojada
Cansada
Triste
Fastidiada
Aburrida

Y luego una muñequita colgante con falda y todo posada en la de triste, una cocina que decía propiedad de Soledad y en el baño otro letrero de: “Tocar antes de entrar”.
En la puerta de la habitación decía: “cuarto de los enamorados”, comprendí al pobre Gabriel. Su esposa era insoportablemente cariñosa.
El es brillante y seco, se dedica a editar una revista de chismes que yo leo, dice que es una porquería, que odia que nadie pesque la ironía con la que exhibe los chismes. Yo si lo hago, pero me da pena decirle que leo su trabajo.
Después me comenta que leyó mi último libro: “El otoño de las rosas”, le gustó mucho y no se explica cómo no he sacado otro en cinco años. Yo me quedo callado un momento, trabajo en uno le digo.
“Debe ser muy bueno entonces” –dice
Y yo asiento la cabeza de forma engreída
“¿de que trata?”
“es complicado” – Le digo para zafarme
Entonces un silencio incómodo se hace más que presente, voy al baño y la cortina de corazones dice:
“No seas travieso amor”
A este paso creo que cada espacio de cubitos de hielo tiene indicaciones y que en sus cervezas pone etiquetas de: “no bebas tanto”, “no manejes” y “piensa en mí”.
El escusado lo confirma: tiene un cubre tazas de conejito con la frase “levántame” y debajo decía “gracias, ahora jala la palanca”. Dios es grandísimo, si esa mujer estuviera aquí la golpearía yo igual.
Jalo la palanca y salgo del baño, tiene otra cerveza en la mesa y prendió la televisión, está viendo caricaturas viejas, me siento ya más cómodo, lo entiendo ahora.
Creo que me vuelvo dependiente, saco otro porro:
“¿puedo?- le pregunto
“claro, yo ya no tengo” -me dice, con razón que ya no la aguantaba, ahora comprendo el patrón. Cada que la hierba que lo tranquiliza de esa locura se termina, Soledad lo vuelve loco.
A las tres después de reírnos de un tipo que salió en las noticias atrapado entre dos edificios cuando huía de la policía y de un chef galanazo que seguramente enamoraba a todas las amas de casa tristes. Hasta nos reímos abiertamente de sus adornos, eran una gran tontería, ya después me despedí de Gabriel y volví a casa. Paris jugaba con Mario, Luisita, ahora que lo pienso puede ser transgénero esa muñeca y Camila.
“hola tío”- Me decía dulcemente
Yo solo le sonreí y Violeta me miró con ojos de hielo, Sergio hablaba en nuestro cuarto con su “marido” y lloraba, cuando salió estaba algo alterado.


jajajaja
REmi

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Hoy no sale el Sol (parte 1)

Otra vez lo hice.
No cabe duda.
Ella está recostada a un lado mío cuando despierto, sus pezones están erectos, desnudos, me abraza y su aroma me trae a la mente un pasado no tan lejano, nada poderoso, un aroma a peras en almíbar. Su cabeza está en mi hombro, su cabello castaño cenizo, con aroma a peras reposa todo sobre mi pecho como un abanico mentiroso e irresponsable. Sus ojos grandes están apagados, suspira de vez en cuando, sus labios debo aceptar que los probé después de mucho tiempo de espera. Su piel está hermosa y tersa, es larga y delgada. Creo que lo más importante es que me sé su nombre. Ya la conocía, fuimos pareja, ahora solo amantes.
Siempre usa lentes y ahora se los ha quitado, se ve muy bonita sin ellos, siempre me toma de la mano y me abraza, por algún motivo siempre discutimos. Por eso solo somos amantes.
Creo que ha sido la única mujer a la que le he dicho que sus manos son hermosas. ¡Qué imbécil caradura soy!, creí que eso bastaba para mantener una relación minada entre elitismos e ignorancia. Ella me escuchaba durante horas siempre, yo le contaba sobre mi vida y ella jamás me comprendió. ¿De qué sirve escribir? ¿Me escribes algo?
Si te peinaras te verías más guapo. ¡Ve nada más como vienes vestido! Hueles a alcohol. Pareces abuelo, deberías abrazarme más.
Pero estábamos ahí por que nos veíamos lindos juntos, todos nos decían. No era el plan más brillante de mi vida, pero en mucho tiempo fue lo mejor que se nos ofreció en los sentimientos. Lo que teníamos en común en aquel entonces y esta semana en particular, fue exactamente eso, éramos unos solitarios desdichados.
Descubrí la sábana tan tersa que nos tapaba y veo su pudor haciéndose presente: se ha puesto las bragas de nueva vez. Esas que le regalé hace un tiempo y hoy modela sin darse cuenta. En el exhibidor supe que estaban hechas para sus piernas delgadas y largas. Tienen mariposas, “siempre mi obsesión enfermiza por ellas”, me dijo cuando se las di. Yo creo que se le ven hermosas, cubriendo su femineidad, la última vez que nos acostamos también se las puso. De eso más de tres meses.
El teléfono empieza a sonar y ella se despierta, sus ojos negros me miran como siempre: vacíos, pero son poderosamente atractivos, grandes como para perderse en ellos un instante. También me gustan sus pestañas y su cadera. Por fuera es en verdad hermosa, ojala que no hablara nunca.
-“No voy a tomar las pastillas”- me dice, creo que no contestaré el teléfono.
Y discutimos hasta que me contesta que se siente sola, eso yo ya lo sabía, pero no tenía idea de cuanto. Que no le importa que diga yo y va a tener un hijo mío, esto es terrible, a mí me tocó ser el cargador de ese peso. Me jode, resulta que está enamorada de mí.
Ahora no sé como pedirle que se vaya, en cinco horas llega Violeta mi esposa, si la ve y se da cuenta, no solo que una desconocida está aquí, si no que también tiene las mismas bragas, me va a matar.
Ahora si voy en el último vagón del metro y no es por llegar tarde.
Suena el teléfono nuevamente y no lo contesto, creo que si me puse nervioso, saco de mi cajón bajo llave mi hierba, sé que así Iris se va a ir. Odia mi vicio desde siempre.
Me funciona esta trampita, se va y el teléfono marca tiempo de nuevo, ahora si lo contesto.
Mi hermano me dice que se peleó con su pareja, que viene a quedarse a mi casa unos días con su hija adoptada.
El es homosexual, treinta y tantos años, nunca me llevé bien con él, hasta que salió del closet, creo que más que unirnos, la incomodidad del momento para él hizo que naciera mi yo fraternal hacia el mismo. No tuvimos padre, tal vez alguno de los amantes de mi madre que le daban dinero lo era, pero esto no lo aseguro. Por eso ya me aprendí bien su nombre. Sergio y su hija Paris.
¡Que horrible nombre tiene esa niña!
Iris se va y deja en la almohada de Violeta su aroma a Peras en almíbar, lleva un corazón roto y posiblemente mi primer hijo, esta encabronada, vio mi cara de miedo y sabe que fumé para que se fuera, la canabis le da jaqueca. No tengo ningún hijo que yo sepa, Violeta es estéril y está algo frustrada por ello.
Igual, si lo pienso un tanto más, me emociono un poco también. Empiezo a tontear sobre como se llamará el bebé y hago una lista de nombres:

Salvador: así me llamo yo, creo que es muy feo.
Nicolás: Así se llama mi otro hermano y se llamaba mi abuelo. Los dos son adictos al tequila con café, comen emparedados de atún y siempre les apesta la boca. Fuman cigarros baratos. A mi eso me da migraña, mejor otro nombre.
Pedro: es demasiado bíblico
Astroboy: jajaja es el mejor pero creo Iris no me dejará.
Saúl: no, no me gusta creo que escribo solo por estar viajando.

¿Y si es niña?, ¿si después de hoy no veo a Iris de nuevo y ese bebé se hace un bastardo como yo?
Tengo muchísima hambre, que se jodan los nombres, puedo caer en una nueva crisis existencial, iré a comprar algo de comer. No tengo dinero para otro psiquiatra.
Puede que también unas cervezas y una revista de chismes, son muy divertidas.

En ese momento Violeta está entrando a la casa, regresó de Tijuana y se acostó con su amor juvenil Román Gómez. Fueron novios en la adolescencia más tiempo del que yo tengo de casado. Ella le regaló sus bragas de mariposas.
El departamento huele a marihuana y peras en almíbar, en un día normal me mataría, no por el olor a peras que desconoce completamente, por el olor a hierba si.
Pero trae la culpa consigo y no me dirá nada. Se acuesta a llorar en la cama aún destendida que guarda el bouquet de Iris.
Pero no sospecha nada, sabe que no soy un galán, que me avergüenzo de mi cuerpo y de mi panza de viejo. Que prefiero comprar una pizza a pagarle a una puta.
No me conoce, cree que mi deseo sexual no existe, hace mucho que no cogemos, le doy la razón del acostón con Román, ya le hacía falta. Aunque si me entero justo ahora si me enojaré
Suena el timbre y no soy yo, es Sergio que espera con todo y maletas vestido con una camisa manga corta color azul pastel, unos pantalones con raya de planchado color rosa y unos tenis de dama muy bonitos.
Paris está cargando una muñeca muy fea que le regalé cuando fue adoptada, la niña es morena, ninguno en la familia lo es. Tiene el pelo chino y corto con dos colitas coquetas, come una paleta de caramelo de vainilla y toda su cara está sucia. Tiene cuatro años. Es africana y además del español sabe francés.
Violeta les abre y los invita a pasar, tiene los ojos un poco hinchados, “Salvador ya viene para acá, por favor siéntense, ¿que les puedo ofrecer?”
Y Sergio le prende la televisión a Paris en la otra habitación, en la sala se echa a llorar con Violeta contándole su decepción. “Creo que si es este el final”
Violeta siente un gran dolor y ganas de llorar también, no por Sergio, por nuestro matrimonio. Pero se calla y lo impide.
En eso llego yo de vuelta con dos cervezas, unas burritas y el TV magazín.
Los chismes son muy graciosos, el último me da risa y cuando entro sonrio, aún estoy un poco dopado.
La noche pasa entre una cena chatarra, la decepción en los ojos de Sergio y Violeta, que definitivamente me perturban. Mejor lo arreglo mañana y me pongo a jugar con Paris y sus muñecas. Una de ellas se llama Mario y me dice que es como sus papás.
Me quedo callado un poco asustado la verdad, hasta suelto la muñeca o el travestí ese, creo que fue mucha explicación.
Paris tan indiscreta.
Violeta y Sergio se acuestan en mi cama esa noche, en el catre del closet Paris y a mí, me mandan a la sala. Según los dos están más cansados que yo, Violeta empieza discutirme que no trabajo en mi libro hace varios meses. Que no estoy cansado yo.
Estoy bloqueado y no es mi culpa, es esta vida tan aburrida que me hace vivir ella, nos odiamos un poco ya.
Pienso en Iris y nuestro hijo bastardo, veo el techo, hace frío y el vecino del 234 tiene uno de sus ataques de furia. Se llama Gabriel y solo nos saludamos, no hablamos más al respecto, está casado con una chica llamada Soledad a la que golpea salvajemente justo ahora. Como siempre en dos semanas ella volverá a casa después de que mañana salga moreteada con gafas oscuras y maletas, con cara de “ahora si no vuelvo”.
La Luna está muy grande y brillante, inicia otoño justo hoy, las persianas no sirven y no las puedo cerrar, me da justo en la cara.
Paris sale a la cocina a tomar leche, me dice que no puede dormir, que le cuente una de mis historias.
Mientras le caliento la leche me mira y me dice: ¿Tú si quieres a papá Sergio?
Y le digo que no, que es difícil de explicar. “Entonces eres raro”- Me contesta.
“tampoco quieres a Violeta, ¿entonces a quien quieres?”
Niña indiscreta, me cuenta lo que Sergio y mi esposa platican en la cama. Eso no suena bien, mi esposa y mi hermano duermen juntos en mi casa mientras yo quedo rezagado a tragarme la insolencia de una niña adoptada.
Estos días van a ser malos, se huele, lo puedo oler.
No, es la leche que se quema, se ve espumosa y furiosa escapando por la taza de peltre, la niña se ríe de mí, lo confirma. Estos días van a ser malos, como esos de mi primaria en los que se burlaban de mí: el niño lento y bobo, por eso escribo y no soy deportista.

y entonces aparecerá esta por partecitas

jueves, 27 de noviembre de 2008

Crudos y medio vivos (Ter Li Dum último)

“Hoy que más triste me siento,
Hoy que más solo yo estoy,
Me he quedado,
Me han dejado
Solo y sin ilusión.”

Cantaban entonces dos ciegos, con facha de ausencia total de baño durante un largo tiempo en la estación de Oceanía, lo hacían a capela; un niño rapado los guiaba sin siquiera atreverse a mirar a los ojos a nadie de los que abordábamos el tren. En sus ojos no había brillo, ni en el de los ciegos, ni en los míos, ni en ninguna persona. Muchos venían completamente dormidos.
Ya es muy tarde.
Por las ventanas en las que leyendas como: “Te amo fulanita”, “tal por cual es un puto”, “Bidder”, “Tal y tal amor 100%”, “mariquitas de la voca tal son la ley”; entran los haces de luz de un sol tímido de finales de otoño, de ese que quema. Que pega duro en la cara como queriendo levantarnos a verdades que nadie quiere saber, pero están ahí, de esas luces que lo despiertan a uno de un plácido sueño y lo llevan a lugares inhóspitos. Que lo traen a uno de vuelta a la realidad.
De ese tipo de cosas que a uno le demuestran que papá ya no está ahí si algún día lo necesitamos. Que nos dicen que las arrugas aparecen repentinamente, que uno se cansa más rápido, que a veces el mirar el espejo se vuelve un martirio antes verdades terribles, que las noches solitarias se vuelven una carrera contra el tiempo si tuvimos una educación conservadora. Que si no somos conservadores en parte nos sentimos culpables. Que la mayor parte de todos nosotros somos de una clase a la que el televisor nos ofrece los mejores momentos en la vida y que estamos completamente cansados como para saber más allá de lo que nos dicen las noticias del odioso Joaquín López sobre lo que pasa en nuestras tierras. Que no tenemos tiempo a veces de atender nuestra propia sonrisa.
Veo asientos y lugares que a lo largo de mi vida recorrí ya muchas veces, que nunca me han gustado del todo, esos lugares en los que sentado viví y pensé cosas distintas a las que hoy acosan mi pensamiento.
Que inevitablemente serán muchas veces malditos y benditos, pues la historia no se deja de escribir jamás y la mía así continuará hasta que inevitablemente un día muera.
El niño sin brillo en los ojos pasa a un lado mío, huele a tierra y habla en un dialecto que yo tristemente ignoro por completo.
Ojos ciegos que si ven, no como los intérpretes.
Oídos que no escuchan como los míos esa letra tan despojada. Ese niño está muerto en vida, su alma está a lo lejos, justo adonde está viendo por el avanzar del vagón los puntos que de pronto le provocan algo mientras se aleja sin otra opción que olvidar rápidamente cientos de imágenes y caras.
Algún día de seguro se quedó perdida su alma en alguna estación que nadie reclamó por la bocina.
Y hasta la noche será los ojos de esos ciegos; hasta justo el momento en que los suyos dejen de ver por unas horas y dará las gracias que eso se haya terminado, cansado sabrá que la mañana siguiente lo mismo le esperará. Queriendo saber quién es su madre, sin importarle de donde salió esa letra que los dos ciegos cantan con dolor mientras él los odia por los golpes que de pequeño le propinaban por “pendejo”.
No sabe su nombre, solo sabe lo que le espera mañana; “un día bueno pagarán”.
Esas mañanas con neblina y frío destructor, odia estas épocas en las que otro niños tiene ilusión y el no. ¿Qué de nuevo traerá el año?
Nada.
Solo silencio y miedos, lloriqueos que nadie escucha y más viajes vertiginosos en el metro.
De caras que le miran altivo como yo que después de eso me siento tan odioso.
Debiera morirme por sentir lástima de él. O estar muerto como él debería ya estar.
Entonces el ciego más feo le grita cuando suena el indefinible sonido de puertas abiertas y cerradas del metro:
“¡Lázaro!”
Y me pongo católico y puritano, recuerdo mis clases de doctrina y temo completamente por mí, por mi alma, que parecemos dos entes distantes que van juntos sin saber el motivo. Cuando Lázaro se baja del tren entre aquel horrible amarillo vomitivo que los misterios nos dan, veo una pareja:
Uno frente al otro mirándose a los ojos. Es la última vez que lo harán al parecer.
El llora mientras alcanzo a escucharle a ella:
“perdóname”
Entonces sigue el metro su camino insoportablemente frío, el Sol me da en la cara mientras recuerdo a Lázaro y la estación en la que estará hoy, en este mismo momento.
Cuando tome el valor y se vaya…
Quizá le irá peor. Al pensar en esto me doy golpes de pecho mustios, la siguiente estación me muestra una pareja más: estos dos se besan apasionadamente, con pasión, con los ojos cerrados, puede que hasta con los labios juntos se murmuren mil te quieros y te amos.
Ambos tienen una erección y la gente los ve mal; pero solo viven su momento.
Mientras, a lo lejos, Lázaro se encuentra en cuclillas comiendo su ganancia en una banqueta. El lugar huele a orines, está sucio pero ya ni lo siente, a lo lejos los dos ciegos beben un licor barato y comen lo mismo. Lázaro es sus ojos y detestan que el destino haya marcado su vida así. Detestan a ese niño pues saben que el tiene algo que ellos no.
Y Lázaro jamás supo de qué murió su abuelo, pero levanta el puño al cielo y reclama con dolor y lágrimas si es que alguien arriba se lo llevó por mera diversión o egoísmo al final de cuentas nadie le ve llorar.
Aquel abuelo pobre que jamás le dejó solo, aquel que le abrazaba en las noches de frío y le compraba sus cochinitos cuando tenía antojo.
Aquel que lo miraba con cariño y tristeza pues los padres del pequeño no estaban ahí.
Y suenan las campanas de la iglesia.
Son doce campanas y Lázaro ve que otros niños de la calle juegan en la fuente de San Fernando, caras sucias, boca sucia, con la piel quemada mientras los más grandes tirados en las bancas viajan por el activo mientras el Sol cuece su piel, mientras por dentro tienen bien claro lo crudo y cruel de las calles. Pero él no irá con ellos, le teme a esa crudeza.
Seguirá siendo los ojos ciegos de dos nublados.
Esperando que algún día su abuelo regrese, no sabe que a veces para encontrar uno debe buscar, aún tiene mucho en la cabeza: “no te muevas de aquí”. Eso es lo que hace.
Se abre de nueva cuenta la puerta del vagón.
Me tocan la puerta y salgo como vaca al matadero, muchos lo hacemos mientras traemos mil cosas en la cabeza. Llegaré tarde a la oficina.



Este me faltaba de los Ter Li Dum.
Pero no es uno del todo. Como todo...

lunes, 17 de noviembre de 2008

Luna

Tan lejos la veo de aquí: “allá adonde nadie puede verla, adonde somos nadie, quizá menos que eso”. Esperando oportunidades que jamás llegan, puede que ni siquiera es una oportunidad lo que esperamos. Puede que sea un poco menos que eso.
Siendo tentada por el sexo de la mar, la Luna se acerca y se mira inocente en la gran masa de líquido con su brillo erótico que promete un placer cálido, una mirada frívola. Hasta que la mar la toma y la hace suya.
Fornican y fornican, la mañana llega cuando la vanidosa brillante se muere ella misma de placer. Hasta que la espuma de mar baja y se diluye: parece por un instante que nunca existió, pasa el tiempo lento o rápido, nadie lo ve pasar; va con tanta prisa siempre. Es tan veloz que antes de verlo siquiera uno se ha ido muy lejos ya.
Hasta que ya no hay más de ella ni de alguna huella que en la playa se quedó plasmada y es devorada por el ego de Poseidón. Esa Luna que acaricia las zonas blandas de la mar toda la noche y la pone erecta, lista para hacer lo que no se dice en las iglesias.
El nunca y el jamás.- Tienen ambos mucha razón de ser: nunca-jamás-nadie sabe como utilizarlas, nunca sabe nadie la severidad de las mismas, jamás se interesará nadie por las mismas. Yo las miro desde lejos, a esas dos haciendo su acto en la oscuridad; pensando ambas que las oculta el constante miedo que casi todos los mamíferos tenemos a la noche, haciendo su acto en pleno mundo sin el menor pudor. Siento yo envidia de ellas.
Puede que las odio un poco también.
Miro diminuto aquello en lo que mis sentimientos se involucran, se sienten completamente abrumados; el olor de ese acto amoroso no es desagradable, son diosas temebundas explorando sus más ínfimos deseos.
¿Con cuántos penes la más insaciable será saciada?
¿Cuántos corazones el patán macho deberá romper para acabar con sus inseguridades?
¿Cuándo tiempo nunca-nadie-jamás sabrá siquiera que yo vengo a esta costa cuando no puedo más a ser el móvil de un acto vouyerista de celos, envidia y furia?
Ni ellas que las tengo aquí enfrente de mí lo saben y no se afligen por ello lo más mínimo, puede que disfruten que las vea. En el peor de los casos jamás me han visto.
Ni me presienten al igual que yo no lo hago en las noches, no me escucho respirar, ni hablar, ni pestañear, ni pensar. Sin sentir.
Solo vienen lágrimas que patéticas me ponen a dormir en una calma absurda y jocosa. Ese es mi modo de ser parte de su acto erótico.
“Soy nadie”.
Envidia-celos-enojo.
Miro el universo, ese que cobija la enorme cama en la que ambas quizá conciben algo que yo no entenderé, ahí adonde dicen que los que hablan humano fueron idealizados algún día hasta hoy que son realidad. No veo ni su inicio ni su fin, esa enorme imagen mía en la orilla del risco se me hace un tanto absurda y temerosa. No veo adonde termino yo, adonde empieza la mar, adonde la Tierra y adonde sigue el universo.
No me importa saber quién soy, pues me daría miedo saberlo.
El universo es enorme, nosotros diminutos buscando un instante, posiblemente me sería bueno dejarme de esto y hacer lo que vine a hacer.
Pensar para el humano se volvió un acto-ocio.
¿En qué piensa desde hace tanto?
Mi madre, mi padre, todos aquellos que conocí pero no, al mismo tiempo están, dicen: “en el corazón de uno”.
Y recuerdo que hace una semana vine del “jamás-al-por que”, de esos mismos a la nada y de la nada llegué aquí caminando sin rumbo fijo hasta caer en el risco en la noche cuando no pude más. Pareciendo vagabundo.
Y es que podría contar mil historias que serían ciertas hasta que yo mismo dijera o hiciera ver que son lo contrario.
Historias como:
“Si, llegué aquí por abducción extraterrestre”
O “Un huracán me trajo aquí” – que no sería del todo una mentira: un huracán de acontecimientos que yo no pude controlar.
Así son todos los sucesos, además, no me gustaría ser comparado con el cuento de Dorothy y el mago de Oz. Odio esa historia.
“Estuve en un picadero siendo deseado por mil mujeres (ojala sea mentira) que me deseaban comer todas con sus entre piernas. Mientras, yo navegaba en un mar de aire denso muy distinto a este que veo hoy frente a mí”.
“Vi a un amigo que un día planeó embriagar y violar a la que hoy que lo reencuentro es su novia. Me ve con temor, pero igual no me importaba”.
Solo sé que hace un tiempo siento que algo viene.
Y por algún motivo terminé aquí.
Viendo el mundo avanzar sin control, esperando a que “el tiempo” llegue a la cita, que algo se termine o comience, que se vaya la calma rota por estas olas imperiosas y pasionales.
Que mis recuerdos vengan de la nada, que vuelvan como se fueron; que quizá alguna lágrima se mueva lenta por mis mejillas y termine en mi ombligo sucio y sudoroso. Que sienta el frío por esa diminuta línea de la brisa del mar y que mis ojos se conjuguen con el universo que me mira como el gran ojo de los dioses.
Que mi respiración ante la inmensidad del poético infinito no se detenga.
El recuerdo, el olvido y los sedantes que quizá tomé hace poco se terminan.
Ya sé a qué vine.
Recuerdo lo que hago aquí. Que me coma la mar, que me lleve la Luna.
Soy hijo de la Luna.
Y sin alas embisto al precipicio hasta que como un pequeño punto me pierdo en la mar…






(Los puntos suspensivos solo se usan si uno sabe qué va después)


REmi

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Tic Tac

Un cigarrillo que se disfruta y apesta mi cuarto a las dos de la tarde cuando nadie está en casa.
Iba justo al trabajo, algo me detuvo y no fue pereza; era muy temprano y fui el último en salir, el café se quedó a media taza, el pan con el cuchillo en la tabla sin cortar y sin mantequilla, la mantequilla en el fregadero derritiéndose. El sol entra con miedo por la ventana justo hacia la mantequilla.
Como el caso de Icaro y sus alas de cera y plumas.
Una toronja con muchos gajos aún vivos y retozantes en jugo ácido, el periódico de ayer que aún no concluyo en la página de horóscopos, mi compañera de oficina me ha convencido de la importancia que estos tienen en la vida:
“No me vas a creer, pero me dijo el día que iba a conocer a mi novio.”
Y yo acá de soltero pensando en si yo tengo a alguien hasta que la radio dice la hora y tiro al suelo el tenedor con el bocado de papaya que estaba a punto de comer.
Tenía miel y granola, mi gato está oliéndolo ahora mismo.
Cuando llego a la avenida sé que es tarde, prometí a mi casera, aunque igual no le importa más que yo le pague que esta vez mi trabajo sería duradero.
Veo el tráfico, escucho las mentadas de madre, a gente en la acera corriendo, al sol que sale tibio y mi estómago ruge.
Camiones tocando sus poderosos claxon, los grita extras, las filas interminables de tráfico y el metro que trae en conserva a hombres sardina. Con cara de cárcel todos.
A una chica que me gusta, que nunca vi antes, que jamás volveré a ver.
Trae un largo y fino cuello, justo lo que uno quisiera morder toda una tarde como carnaza de perro hambriento, una clavícula que se hunde y parece la perfecta copa de whisky. Me dan ganas de revivir en ella mi alcoholismo y sueños, está lejos pero percibo su aroma desde aquí.
Huele al momento de paz de una mañana decembrina mirando el cielo perezosamente cuando este está azul amanecer, los dos recostados sudando con los vidrios empañados mientras la abrazo y juego con mis dedos en las entradas de su clavícula.
Mientras ella duerme plácida y desnuda sobre mí, siento su respiración en mi pecho y perezosamente me besa para solo seguir durmiendo. Suena el reloj y lo escucho como hace mucho no.
Me llega entonces su aroma de pelo, su aroma interno que es el rebote de su respiración, mi mirada está clavada en su clavícula, y cuando vuelvo de ese sueño me esta mirando, con sus ojos grandes y opacos. Dice mi nombre, y me besa la boca, con sus labios en los míos dice mi nombre.
Veo de cerca sus ojos que me ven, no me veo en ellos; veo su sonrisa, sus labios gruesos, rosados, su lengua, suspiro y me llega por completo su aroma fusionado con el mío.
Pero no sé que decía mi horóscopo hoy.
Y se va entre toda la gente con su cara bella y su cuerpo, y su clavícula.
Se ahoga en el río de rostros, y gente, y angustia, de desesperación y miedo.
Y recuerdo mi taza de café frío que estará ahí cuando vuelva hoy en la noche, la mantequilla y mi cama destendida; la llave goteando.
El periódico haciéndose más viejo.
Y más tarde y más brillante.
Y a la comida en la tarde con los compañeros de oficina que bromean y dicen mil pendejadas mientras yo les sonrío para no comer solo.
Como mañana que es sábado y levantaría la mantequilla, pisaría el tenedor descalzo y mentaría madres, todo el día descalzo pues nadie me cura.
Solo el pinche gato que está pelechando y me llena de pelos la garganta.
Y tomaré el teléfono para ir al cumpleaños de la recepcionista que me busca la cara a cada rato. Y estaré ahí sonriéndole a todos aunque los odio con todo mí ser.
Me dará asco esa mujer y me iré caminando solo hasta donde no pueda cojeando.
Y el café seguirá ahí.
Y la clavícula ahí en mi mente.
Y su cabello largo, su ombligo, sus ojos, sus labios.
Su aroma.
Por eso sentí pánico y no fui a trabajar, para sentarme en mi sillón y fumarme un cigarrillo, calentar esa taza de café y tomármelo lentamente mientras veo el mismo cielo que ambos estaríamos viendo justo ahora, y en diciembre, mientras me llega su aroma y la veo espléndida.
Beso su clavícula.
Y veo sus ojos, no me veo en ella.
Un buen cigarro y mi café que se acabó.
No fui trabajar, hace mucho que no estaba en casa a esta hora, que hoy me parece un magnifico día, hace mucho no escuchaba el reloj, puede no ser tan terrible si uno lo escucha bien y en paz.
Aunque no beba de esa clavícula...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Cuando se va y viene la marea...

Un sueño se apodera de mi constantemente, dice que se muere algo en mi, si no es que muerto ya estoy; un bonito aparador me rodea, pero yo no me quedo ahì.
Es plenicota ahora mismo, nadie escucha, quiero dormir y no me acuesto, sigo de pie mirando cosas que no quiero, con el cuerpo completamente molido. Con el alma igual, sigue, sigue, ojala que mis ojos se cegaran, ojala que nunca hubiesen visto. Ojala que mi corazòn no latiera tan fuerte, tan ràpido, tan audible.
Ojala que alguièn màs estuviera acà a mi lado para discutir por cualquier pendejada, sin remordimientos decirle las cosas màs horribles y despuès sentir el hueco en el estòmago de que quizas me equivoquè.
Ojala que siquiera Genovevo siguiera vivo hoy para ir a verlo y mientras miro al techo le cuento a alguièn que jamàs desarrollò sentido del oìdo.
Evoluciòn que siempre estuvo en mi contra y hoy no es distinto.
Distinto quizas soy hoy, al de ayer y antier (o ante ayer), el mismo de fàbrica, distinto de vuelo, con pintura cambiada, devaluado como auto recièn salido de agencia. Salì de algùn sitio yo tambièn, pero esas son historias de las que el escritor jamàs escribe pues son demasiado vagas, tan poco importantes, tan fomes, que jamàs valdrà la pena gastar tinta para ello. O puede que no se cuenten porque la intenciòn de creador sea solo hacer una imagen mìtica de quièn quizà si se supiera un poco màs no serìa nadie.
Nada:
Mucho se usa esa palabra como el bastante, esas palabras nadie las sabe usar, a veces cuando alguièn las usa (repito, generalmente mal) no digo nada, sè que lo hizo mal la mayorià de las veces y tengo ganas de irme de pena que me da.
Nada.
Mucha gente en el mundo es nada, entre ellos yo estoy consiguiendo la alquimia para serlo, quizà esa inmensidad me enseñe quièn soy en verdad. Todo se escribe de algùn modo distinto:
tictac, terterter, blablabla, fshyy, etcètera.
Pero la nada no se puede escribir de otro modo que con esas cuatro letras.
Jamàs comprendì cual es el sonido del silencio que no aborde la inequidad que dan los sìmbolos (presencias de la ausencia)que a veces parecen ademàs demasiada trampa.
Uno se puede perder en el tv, tambièn, uno puede desaparecer como Houdini cuando no tiene nada que decir; cuando el tiempo se agota en cuestiones ciegas e imperceptibles, cuando uno hace cosas que quiere y no debe, cuando uno esta drogado, tomado, divertido, morboso, sexoso, o quiza dormido.
Es uno de esos terribles sueños en los que uno se ve recostado y un minuto despuès despertando con dolor de cuello, de esos que ni caso tienen, que no debieran existir.
Entonces despierto y me pongo a pensar un poco el algo que no es tan ameno, pero cabe decir que la certeza de esta situaciòn se me vino justo cuando estaba en uno de los lugares màs amenos que conocì hasta hoy: una casita de tè a la que me guiò una asistente de artista que me hizo pensar por un momento que quizà mis trabajos no sean tan geniales; (saludos y no por regresarlos solamente de verdad) un tè delicioso, harto exquisito, del que puede me volverè adicto en està època.
La certeza es esa de que ya no me importa o no me da tiempo el pensar en còmo me veo, solo me veo y voy, y vengo, no sè si sea malo eso, pero gusto no me ha dado.
Es que una cosa es la superficialidad y otra la banalidad, aquello superfluo no debe necesariamente un tributo o boda con lo vano; ahì me preocupo entonces (lo acepto) al pensar que en estos dìas me quedo vano y no soy superfluo.
Si.
Sin saber entonces en què punto estoy.
Aunque eso si: me quedo con el tè que quizà llene mi banalidad de nuez falsa y entonces, eligirè algùn sabor en especial para que todo yo sea un tè.
¡¡¡Ad hoc!!!

domingo, 2 de noviembre de 2008

Paris no se lleva con el Sol (fragmento de)

Amor

Ella sentada completamente desnuda sobre mi persona.
Llorando con la cabeza mirando abajo. Su cabello le tapa el rostro, no quiere que la vea llorar. Extraña a su madre.
Tiene miedo: está sosteniendo relaciones con el que pareciera su hermano, conmigo. Yo la veo espléndida, sus senos aún no crecen lo que debieran, eso jamás pasa a los trece, pero en esta situación estamos. Somos dos chicos deprimidos que no saben lo que es ser amados, estamos hambrientos de cariño y por eso estamos haciendo esto mientras el abuelo salió de compras.
Hace una hora estábamos frente al televisor mirando nada, es época de nevada y los viñedos están muertos, el sauce mira melancólico al espejo blanco que es la tierra.
No se ve nada ni en el televisor ni por la ventana.
La chimenea está ardiendo y estamos cerca de ella, es más divertido mirar el fuego que el televisor. Tomamos una botella de vino y comenzamos a hablar sobre cosas tontas. ¿Has visto la leche cortada?-
-Si, parece semen-
-Eres un mentiroso, tú no eyaculas aún-
Entonces miré su clavícula, la cercanía al fuego había hecho que una gota de sudor se posara en sus comisuras, yo tenía sed.
Sed de ella.
Y me vio, se dio ese silencio que da el deseo, sentimos el impulso que da el sexo. Justo ese que da en la boca del estómago.
Y bebí de su clavícula, bebí de su ombligo, de sus labios, de su sexo, de su alma.
No me mira, está dominándome como siempre, a pesar de eso, esta es la vez que más susceptible la percibí hasta hoy. No me esconde nada.
Ni sus pezones rosados que se tensan sin el menor pudor.
Me besa en la boca, me toma del pelo como cuando de niños nos golpeábamos por cualquier tontería. Aún somos niños y no sé si esa fue una tontería.
Después terminamos con la cabeza al techo y el pudor volviéndonos a la cabeza.
Tapados hasta el cuello con la sabana que apareció de la nada, callados, esperando que alguno de los dos diera el primer paso a romper el silencio, esperando que alguno de los dos se levantara y se vistiera.
Esperando que el tiempo nos dijera qué pasa después del sexo.