lunes, 12 de abril de 2010

El caso de Turman Pey II




Casi a las cinco de la mañana nos encontrábamos en el gatas latinas, justo a esa hora, a la que todos los justos y madrugadores se levantarían en un martes, comenzaba a darme sueño. El olor de cigarrillo en mi cabeza, el alcohol y el café y pay de limón que había vomitado me tenían de un pésimo humor.
De pronto una mesera con las tetas descubiertas y en tanga morada con brillantitos muy monos se le acerca al hombre elegante; le pregunta que va a tomar.
El piensa: quiere un whisky, sin agua tónica, sin Ginger ale, sin cola, sin agua mineral, es más, sin agua rebajada, quiere un whisky en las rocas, con hielos, sin agua ni ningún rebajante que a la larga notaria con su delicado sentido del sabor.
Sin embargo siente vergüenza, piensa que a veces es demasiado exigente o específico y eso no lo acepta su religión. Debe ser humilde.
Dos horas después estaba en un privado, la mesera lo cubría como una manta sudorosa y cálida. Su cuerpo se sentía voluptuoso, corrupto y ajeno.
Ella recostada sobre su pecho juega con una cruz que cuelga de su cuello tallada en oro puro:
¿Crees en dios?-le pregunta sintiéndose inteligente.
Creo en Dios como creo fervientemente en que existen las putas como tú. Pero aún si no creyera en las putas tu seguirías existiendo, que alguien crea que existes o no, no determina que estés aquí esperando a que te pague.-Termina y la mujer se queda callada recostada sobre él escuchando como late su corazón con una sonrisa de placer.
De pronto un estruendo seguido por el rugido de un animal furioso se escucha a lo lejos, disparos y gritos le avisan que es el momento de partir de tan grata compañía.
Se pone los pantalones y la camisa rosada y cuando se asoma al área común ve a Sulky desnudo golpeando a tres tipos que seguramente lo intentaron timar.
Cuando Sulky se encabronaba daba miedo en realidad.
Alguna vez habían escuchado que había matado a un hombre de su mismo tamaño de un puñetazo por servirle un chocolate en vez de café. A Sulky el chocolate le provocaba migraña por lo que tal asunto se lo tomó personal.
Un hombre con un charco de sangre saliendo de su cabeza reposaba sobre el piso, Diego Armando salió corriendo como un mariquete al auto mientras el hombre elegante intentaba volver en si a Sulky, cuando lo logró lo llevó al Impala anaranjado amanecer y desnudo condujo hasta la casa de Diego Armando que era la más cercana.
Fue entonces cuando, como para volver al camino del señor recibimos una llamada “del mando supremo”:
-¿Habló esa puta?-Le preguntó al hombre elegante.
Aún no señor, pero ya veremos que pasa cuando vea que le quitamos la cabeza a su hermano como si fuera una muñeca de goma-
-Pues apúrense, que no tengo mucha paciencia para vengarme de ese hijo de puta-
Si, al parecer al señor Jesucristo se le había puesto de moda en la boca esa palabrita de puta y/o puto, con todos sus significados y significantes.
Si alguien se pregunta cual fue el lío que comenzó todo esto lo explico a continuación:
Truman Pey era un motociclista de 47 años que usaba peluquín y cantaba canciones country en un bar de mala muerte que nuestro jefe Jesucristo acostumbraba a visitar con su inseparable esposa Norma.
Algún día que se pasó de copas, el jefe se quedó impresionado por la calidad del cantante que quizá se encontraba igual de drogado que él y entonces, espléndido e imprudente como siempre, nuestro jefe le pagó cien mil dólares para que le compusiera una canción y acudiera a su cumpleaños una semana después.
Truman Pey no asistió al cumpleaños, al parecer ese borracho calvo no supo con quién trataba y se quiso hacer el listo, se pagó amalgamas de titanio en los dientes y una motocicleta de colección cuando estafó a un hombre ebrio en una apuesta de deportes.
La mujer que torturamos al inicio era según una mala fuente que conseguimos al azar, y que quizá nos había mentido; un cantinero con pinta de puto del barsucho en el que tocaba Turman Pey, la manager de susodicho motociclista apestoso.
La orden del jefe era recuperar lo que era suyo:
Las amalgamas de titanio, la motocicleta, la chaqueta intacta y la cabeza sin el feo bisoñé de Turman Pey.

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