miércoles, 11 de noviembre de 2009

El abuelito se hizo un fantasma.

Todos vestidos de negro, solemnes, con caras largas y maquillajes sobrios, la muerte en una esquina observando su trabajo.
Silencio de tumba del tío Roberto antes de que su cuerpo se quedara en una siquiera.
Un velorio solemne en el que llantos, gritos, dormidos, insomnes, melancólicos, ebrios y tristes insípidos asisten con sus mejores trapos de despedida.
La lluvia parece una cortina de seda helada sobre el asfalto negro y brillante como obsidiana.
Veo a mi abuelo a través del vidrio del féretro:
Luce incómodo.
Luce enojado.
Si, parece que está muerto.
Había pensado seriamente hacerle compañía.
Mi padre solía pelear con él todo el tiempo ahora llora por su muerte y se me acerca para decirme lo grandioso que fue, yo lo sé pero no creo que mi padre lo diga.
Lo veo y como si fuera mi propia muerte veo pasar mi vida en el reflejo del ataúd que contiene a su cuerpo extinguido; por toda la reluciente madera lo veo ser quién jamás quiso ser, lo veo ser quien yo amé que fuera.
La lluvia no cesa, parece que todo el mundo le llora al viejo.
Todos menos yo que al parecer no asimilo la idea de que esta ocasión no se levantará a corrernos por ensuciar su sala con tabaco y células muertas.
Mi tía me mira con los ojos brillantes como concreto helado y detrás de la mesa la muerte devora mi sombra.
Tictactictactictactictac.
Y en el cambio de la hora el reloj no suena.
Un silencio de tumba impera cuando todos se dan cuenta que el reloj de cien años hoy mismo a detenido su andar.
Un frío terrible recorre mi cuerpo y la lluvia cesa.
El gato se eriza. Todos sabemos que al fin el abuelito se ha ido de casa…


REmi-Ike

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