(http://eledearual.wordpress.com/2010/01/13/mariposasmuertas/volta-enlace-2/)
La juventud embriaga cada centímetro de mi cuerpo
–desafortunadamente- cada que voy a dormir y no cuando despierto. Por algún
motivo mis sueños son joviales, mientras la vida, aquella en la que debería
pretender ser interesante, me deja tan poco tiempo a soñar que simplemente me
desintereso en aparecer por todos lados recordando a sujetos ensimismados que
existo y por ello, deben recordarme. Ahí entonces, está la razón de mi aburrida
existencia: si usted pudiese observar mis sueños, descubriría que yo, no soy
aquel tipejo aburrido y desganado que suele buscar ser olvidado ante el
desconcierto del apreciable. Comprendería que ante todo soy un magnífico, quizá
el mejor soñador.
Sabría que de niño me comí una mariposa y esta vivió
encerrada en mi cabeza, platicando conmigo, su cruel captor hasta que pronto,
de la familiaridad logró escapar ante mi descuido. Pero ahí no acaba esta
historia, después Margot volvió triste, muy triste. Enamorada de su captor me
confesó que me amaba y me odiaba, y de ahí entró a mi cabeza de nueva cuenta y
entonces me relató todo lo que vivió en su viaje a lo largo del tiempo y el espacio.
Desde ahí una rutina por demás lastimosa se apropió de ambos. Cual romance
tormentoso Margot va y viene y es entonces cuando me convierto en un escriba:
plasmo con letras sus aventuras y observaciones de la tierra y el mundo.
Recuerdo que no tengo más talento que escuchar las quedas palabras de una
mariposa y escribirlas a la mayor velocidad.
Hoy he visto cómo la lluvia me miraba de frente al rostro, en
días que transcurren del calor a la lluvia melancólica, el vaho en el aliento
que se parece a las almas de las personas que quieren salir del cuerpo, y me
provocan un resquemor fisiológico. La ciudad se mueve, impaciente, sorda, parece
un ferrocarril con fauces feroces que devoran todo lo que encuentran en su
camino. Soñadores insomnes miran el techo con su oficio mitigado por el ruido,
la luz, la guerra de la ciudad.
Observan el techo de sus habitaciones pensativos. Su
horizonte inmediato, el bloque de concreto frío, sin vida, que les apresa la
imaginación y les causa angustia. Entonces desean levantarse y correr en medio
de la penumbra, huir de la cómoda vida ingrata de la ciudad, vagar a toda
velocidad por la negrura de la noche, ignorar a personas sin rostro que les
odian por ser desconocidos. Encontrarse con su espejo que es la inmediatez de
la ciudad.
Entonces olvidan a su padre, a su madre, a sus hijos y a su
esposa. Se les ve con desdén, ellos dejan de ver el mundo como los demás.
Aprecian su extensión con el paisaje: no encuentran naturaleza. Se quedan
ateridos cuando la ciudad queda a sus espaldas. Y a momentos desean que todo
sea un sueño. Prueban realidad en un ambiente hostil. Ahí sus sueños se
convierten en un lugar magnífico lejano a la locura de la muerte diaria de la
rutina.
Jóvenes enamorados embriagados en sus deseos carnales se
olvidan del mundo, ignoran el futuro y aún así sueñan con él. Habrán muerto
dentro de cincuenta años y su historia de amor les pertenecerá solo a ellos
dos, quizá serán olvidados también y pocos les guardarán recuerdos. Quizá
dentro de menos años aún se olviden del uno al otro, pero su historia no por
eso no dejará de ser realidad. Niños sonrién con los pies descalzos.
Aprecio todo mientras una breve brisa de lluvia llega a mí.
De pronto un golpe furtivo en mi nuca: sangro.
Escucho una malévola voz hablarme de cosas hermosas, también
unas cuantas perversidades.
Al fin.
Margot está de vuelta conmigo.
REmi (DPMCH)
3 comentarios:
Que bueno que regresó...
Un abrazo Diego.
Gracias Sara. Otro abrazo.
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