jueves, 14 de abril de 2011

La mirada perdida de mi padre.

Quizá con el calor sus neuronas se derretían como la miel.
La mañana que mi padre murió, ocurrió un día hermoso, se levantó y se observó en el espejo.
Ese día todos sabíamos que su fin estaba cerca, dos días atrás apenas había tomado agua, su rostro estaba escuálido, demacrado, cadavérico.
Se despertó y sin decirnos adiós, se despidió de la mejor forma forma posible: frente al espejo observó con atención, sus ojos estaban opacos, quizá guardó esos meses fuerzas para llegar a ese momento de culminación: tocó su rostro, sintió todos esos caminos que el tiempo, la vida y el tiempo en la vida le hicieron a su cuerpo, a su rostro.
Me observó a mí y a todos los que estábamos ahí y dijo:

-Vaya que me veo jodido-

Sonrió y se acostó dificultosamente en su cama de nueva cuenta.
Le acerqué, agua, comida y dulces, rechazó todo: "no me duele nada" nos dijo y se reposó para morir.

Diego Christian Pérez Morales.
margot-remi@hotmail.com

2 comentarios:

Hugo A. Z. dijo...

:/

REmi dijo...

La muerte es sombría, pero no triste, triste se pone uno, no el que se va. Un abrazo Haz