viernes, 24 de julio de 2009

Excuseme señor.

Dos noches en vela editando lo que según será mi primer publicación y he aprendido mucho de mi.
Siempre trato de evitar convivir en demasia conmigo mismo, no es que tenga miedos o fantasmas- o tal vez si-, es solo que no me simpatizo y por lo tanto se me vuelve insoportable estar a solas con mi propia conciencia; siempre que me pasa esto comienzo a esribir algo, lo que sea (justo como ahora) para no terminar de mal humor.
En la edición de un libro, no se tiene más: estas ahí y ya no tienes nada que inventar, solo debes pulir lo que has creado ya, no te entregas a fantasear idear destajar crear ni destruir.
Editar un libro supongo será un poco como hacer una estatua; todo está ahí, solo le das forma. Acá en estos días no le doy ni siquiera forma, a veces pienso que la forma está, que solo doy vueltas en círculos omitiendo cosas y cuidando otras religiosamente para no perder hilo en las historias.

Entonces, entre tanto tiempo, termino en absurdos totales retomo mi pasado, pienso en mi futuro e ignoro mi presente, me distraigo de lo que debo hacer y eso me preocupa mucho, he recibio inclusive regaños por mi displacencia actual.
Escribo cosas como la siguiente que les comparto con gusto:



El abuelito se hizo un fantasma

Tic, tic, tic…tic, tic, tic…tic, tic.
Hacía ya una semana que el abuelito había fallecido y no podía quitarme de la mente su cara flácida, pálida y helada, tenía la vista perdida mirando a los cielos, nadie tenía idea de qué fue lo último que vio.
Murió justo el día de su cumpleaños, por lo que exactamente vivió 77 años en los que la pesca y el box fueron sus principales aficiones y desde entonces las noches se me hacían infinitas, terribles, más negras de lo común. No era que yo pensara siquiera que el abuelo me visitaría en las noches en forma de espectro, era mi miedo a la muerte la que me ocupaba de forma terrible, la muerte de mis padres; la propia mía, aquella calavera con su hoz en algún rincón esperando a que yo me descuidara para hacer de nuevo de las suyas me mantenía en pánico constante.
En la calle no podía dejar de ver a todos lados: por algún lado podía llegar de mil formas, podía ahogarme comiendo una uva, me podían atropellar, el conductor del autobús podría haber tenido una mala noche y en un descuido perdido entre el sueño o el coraje podría chocar. No sé, la muerte de Rubén ha sido lo peor que me pudo haber pasado.
Un domingo antes de su muerte lo visitamos y soltó entre sus locuras de viejo que la abuela le había dicho que lo engañó mil veces con Fausto. Fausto era su rival de amores en la juventud, sin embargo el sinvergüenza llevaba más de diez años muertos a cuatro de la abuela.
Recuerdo con rencor los cocazos que de niño me propinaba por no comerme los apestosos hígados que la abuela me preparaba; sus regaños por comer demasiados caramelos, la vez que criticó que mi novia parecía una puta por el piercing que llevaba en el ombligo, cuando lo acompañé a la playa de vacaciones y mientras me bañaba me dijo que mi miembro me hacía lucir como una niña, en fin.
Sin embargo el viejo tenía buenas puntadas, de todas las cosas desagradables que hacía como sonarse la nariz en la cabecera de la mesa a media comida o de llamarme cuando tenía el cabello largo Hippie comunista, re cuerdo también cuando más pequeño me llevó a la feria y a pesar de sus achaques en la espalda me acompañó a todos los juegos que quise, también de cuando me llevaba a comer pizza –que a él no le gustaba- y la llamaba comida de traidores a la patria.
Las noches con calor son terribles, te crean incomodidad en todo el cuerpo, si tienes hambre empeora, si estas enfermo también, si prendes el clima amaneces constipado, si te pones a pensar un poco te da insomnio.
Justo como a mí.
Cuando vi al abuelo muerto en su caja sentí ganas de reírme. Estaba muy triste, es la verdad, pero por algún motivo no puedo mostrarle a nadie mis sentimientos, menos a mi abuelo desde que me llamó hippie comunista o nena.
Hoy tenemos Luna llena, se ve desde mi ventana y no puedo dejar de recordar las historias sobre los lobos que me contaba; un día me dijo que mató a un lobo para sobrevivir cuando se perdió en el bosque con su hermano Samuel.
Mi abuelo fue un hombre de campo, humilde, casi montañés que jamás se sintió complacido con la ciudad como sus hijos si lo hicieron.
De vez en cuando se le veía nostálgico, de seguro añorando su infancia en el campo mientras miraba el cielo antes de caer irremediablemente dormido, así mismo estaba yo, intentando imaginar todo lo que el viejo vivió y jamás nos contó, seguramente algún día me iba a morir yo, no me imaginaba ese día.
Tic, tic, tic…tic, tic, tic…tic, tic.
El árbol que golpeaba mi ventana había sido plantado por él en un verano, fue un naturalista amante de los paisajes, parecía mi abuelo mismo que pedía asilo en mi cuarto para contarme alguna historia más, la sombra del árbol se proyectaba sobre mi cama a modo de espectro amenazante; cuando me percaté de esto sentí miedo.
De pronto al igual que de más pequeño el hueco de mi cama se me hizo un abismo en el que todo podía esconderse, los golpecitos de la rama se me hicieron un aviso de que la muerte me pedía asilo, el cuarto se hizo pequeño y me tapé con la cobija, con todo en medio del calor sofocante para ocultarme del miedo en si.
Según yo mi abuelo jamás sintió miedo.
Oculto en las cobijas me doy cuenta de que el aire es escaso, siento pesado todo el cuerpo, tengo demasiado sueño y siento justo en mi cara una respiración profunda y terrible.
Mi abuelito se hizo un fantasma.



Solo espero que en vez de tanta pendejada, me pueda evocar a editar bien mi libro.
jajajaja
gracias
Diego

margot-remi@hotmail.com

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