El mundo era un sitio completamente silencioso, los mares parecían inmensos, fríos e interminables, su hermosura era ignorada por estatuas que eran despreciadas también; silenciosas, contemplando pasar los segundos como horas y los años como instantes, mirando al horizonte en medio de calles vacías, automóviles sucios con las puertas abiertas y las llaves pegadas, columpios oxidados, mecidos solamente por el viento. En este nuevo mundo los árboles eran los seres más ruidosos, los mares eran tumbas de cadáveres conservados por la sal, la tierra era testigo de la más completa soledad: plantas y flores crecían y se abrían sin pudor, frutos caían y se pudrían por el paso del tiempo, ni niños, ni madres se acercaban a probar sus mieles. Simplemente todos ellos se habían ido de pronto.
Vestigios de que antes sucedían vidas a diario eran las estatuas: efigies de desesperanza, visoras del mundo, condenadas a la inamovilidad, al silencio, a escuchar por siempre la música del viento.
En algún punto del final del mundo, cuando todo acabó y la era del silencio comenzó, una estatua se distingue de entre el tiempo detenido. Es tan real que el tiempo, aunque no existe más, le ha causado arrugas.
Se preguntarán que hace una estatua con arrugas, pues sí, lo mismo que todos hacemos cuando sufrimos por arrugas: envejecemos. Fue tallada con magnificencia, creada con formas perfectas y de pronto, ahí, frente a la inmensidad de un mundo casi sin vida se encontraba platicando a ciegas con otras estatuas cercanas a ella.
Todas ellas recordaban a turistas con olor a bloqueador solar tomándoles fotografías, a hombres y mujeres admirándoles, sonrojando por las formas curvas que algunas de ellas mostraban sin pudor. El último reloj útil se había detenido hace mucho, las alarmas dejaron de sonar hace tiempo, y Mármol, una estatua en pose de atleta, siente que su brazo se vence, se encuentra agotada tras cargar tal vez por décadas una jabalina inmensa. Siente angustia, sabe que no podrá soportar mucho más, hacía tiempo había pensado que nadie la vería nunca más, quizá no fallaría a su utilidad si descansara por un momento, había olvidado si en realidad era una estatua o se había convertido en una por algún motivo extraño. Aunque recordaba en cierto modo su nacimiento: era un frío pedazo de piedra helada tallada con esmero y dedicación, posada sobre una plataforma hermosa que fue su casa por mucho… quizá demasiado tiempo.
La jabalina es más pesada cada noche, cada hora, cada día, se siente como un castigo minuto a minuto, Mármol debe romper las reglas o verá cómo se desprende su brazo al igual que otras estatuas han perdido miembros por no desobedecer las reglas de la estatua.
Entonces de reojo se fija en todos lados, ni una hormiga ni un niño ni un auto a lo lejos, Petra, la estatua de una regidora mira a Mármol con temor, le dice que es peligroso revelarse a los modos de la estatua, pero Mármol no quiere quedarse manca. Es hermosa desde siempre y no soportaría tal pérdida con la misma mesura que sus compañeras. Pide disculpas a su creador en sus adentros y lanza tal vez tras siglos, la jabalina con gran técnica. Petra suelta una lágrima temerosa de que alguien la vea. Pero no, ni las plantas, ni las flores, ni los insectos que quedan y sobreviven tienen ojos. Un gran estallido retumba por toda la tierra.
Es la jabalina quebrándose y también Mármol cambiando de pose, nadie la ha visto, nadie gritó ni se atemorizó ante lo imposible.
Entonces, cansada de tanto silencio decide bajarse de su pedestal ante las súplicas de Petra, camina por calles abandonadas y silenciosas, se encuentra desnuda y no tiene frío, por fin se siente libre, no está nadie más que ella en todo el mundo.
Después se acerca a un espejo mira sus formas talladas, la magnificencia ha sido reemplazada por vejez, ahora tiene barba, arrugas y formas holgadas. Sí, era cierto: las estatuas son jóvenes cuando son admiradas, cuando son enterradas en el olvido envejecen, se pudren y desvanecen. Se toca la cara ¿adónde está esa forma curva y perfecta?
Solo queda piedra, arrugas y polvo.
Mármol se siente destrozada, se tira al suelo a llorar, se da cuenta que las estatuas están solas, se tira a la muerte y comienza a desmoronarse. Moverse le ha roto extremidades y el cuerpo, vuelve a su pedestal y se da cuenta que no puede colocarse de nuevo, se fragmenta hasta que queda en el piso. Piezas de aquel que fue un atleta han caído vencidas por el tiempo, Mármol ya no es bella, ahora es tan solo una pila más de escombros desde algún lugar en el fin del mundo.
(Fotografía: http://www.ldelisto.com/2010/01/las-estatuas-mas-curiosas.html)
Diego PM
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