¿Logran leer acaso el gran tìtulo de esta entrada?
¿Da fiaca verdad?
Bueno, sigo entonces en el tren de mis pèsimos tìtulos.
La poètica es parte de nuestras vidas,
existen palabras como: bonito, morado, sombras, cine, empalme, mar, silencio, burdeles, pena y clemencia que dan sentido a la vida.
Un minutero que camina como segundero, minutos que pasan como horas que sin darnos cuenta nos limitan a observar la cosas que no debieramos apreciar. En estado de hipersensibilidad, podemos saber a lo que sabe cada sonido que escuchamos y entonces podrìamos empalmar letras con nombres, onomatopeyas, sabores, colores, visiones, sensaciones en general, vista, tacto, gusto y miedo.
Miedo que se convierte en monotonia, como todo lo que algùn dìa nos asombrò y despuès se vuelve costumbre.
A muchos los sueños se les vuelven pesadillas -advierto- esto no va dirigido a suicidas ni a muertos vivientes que se observan en la orilla del mar pensando en lo que podrìan hacer si fuesen felices.
Hablar de infelices no me hace pensar en gente con certezas, muchos genios caminan por las calles presumiendo su rostros feos y sus olores rancios. Entonces en un mundo subjetivo los bonitos con un poquito menos de estupidez que los demàs son considerados geneticamente superiores. Nadie soporta el olor a humedad en un humano.
-dime la verdad-
-dime la verdad-
Se escucha en las miradas de mucha gente que camina en esas calles tambièn, ¿de quièn son ellos hijos?, ¿a quièn aman?
¿de donde viene su mala cara?, ¿còmo sobreviven cada noche? cuando esos minuteros que parecen cuentan horas hacen uso del miedo de todos.
Y despuès se mueren lento, lento, y reviven en segundos a presa de los minuteros que avanzan como centellas y poco lo dejan a uno soñar.
Pensando el otro dìa en que me alejo de mi naturaleza, encontrando mis primeros textos, en el mundo que contaban relatos de lugares que existieron en mi cabeza, tan solo por segundo recuerdo mi amor al surrealismo y mis primeros toques con el mismo, hechos con un èxito modesto,quizà algo mediocre y me leo hoy:
¿Me vale la pena ser comprendido, si divierto y me divierto, pero no me libero?
¿vale màs la pena ser incomprendido, si no divierto, me divierto y me libero?
Eso depende de mi señores, de mi y de Margot, que a ratos me regaña en la lìnea del ser o no ser, y me dice que odio a los hippies pero que me gusta la filosofia por eso: por filosa y poco fiable. Que me dice que soy igual pero menos filosofo y mas infalible, que las imàgenes de àrboles misteriosos en el paisaje no son obras de arte dependientes de Eolo que muestra su hiperrealismo como ensayo a lo visible a los que somos ciegos a lo mìtico.
Muchos se sientan frente a espejos y ven còmo envejecen, se concentran tanto, que envejecen en minutos un año o dos, aburridos lloran por la indiferencia del destino, lloran por las pausas o el tiempo indefinido, esos momentos que parecen suspendidos en lo inmòvil. Momentos de angustia que debajo de la cobija de una hermosa lluvia, se dicen cosas incomprensibles, se cantan amores acuosos, imposibles, se recuerdan sucesos tràgicos y se escuchan sonidos que no se pueden ubicar y se vuelven casi mìticos tambièn.
Algùn domingo en medio de la impasibilidad, escuchè a un niño llorar a lo lejos, fue completamente poètico, pues su llanto era de origen desconocido y parecìa venir del cielo. Un-algo que desconocìa lloraba por algo màs (desconocido tambièn) y ese llanto se lo podìa adjudicar a lo que yo quisiera: esa manzana mordida lloraba entonces por una estocada mortal dada por los labios de una jugosa mujer con vestido rojo: "el amor es un vestido rojo".
Tambièn regalè a mi sombra el llanto que venìa de los cielos, una sombra que llora por racismo y ruega a los cielos por vitiligo.
Una sombra blanca y no afroamericana.
Que se harta un dìa de su dueño, y viaja a buscar el amor ora de otra sombra, ora de una mujer de vestido rojo mientras su dueño se queda en un rincòn debajo de un chorro de agua tembando de frìo.
¿es el alma una sombra?
Jamàs sabremos para què sirve puesto que son de niños, nuestras mejores amigas, de adultos, esclavas africanas que jamàs son usadas ni amadas, jamàs son apreciadas y si se pudiera se venderian sin el menor remordimiento.
Las sombras son la poètica ignorada en todos.
La verdad es que dudamos de todo, de lo que hacemos en sitios que no deseamos y de lo que hacemos en esta vida.
¿debemos dudar de lo que hacemos aqui?
¿hacemos algo aqui?
Quizà el buscar significado a todo es tan solo una ilusiòn al gran vacìo que es la existencia de todos, no podemos procesar la idea de que desde que llegamos estamos muriendo y nos toca divertirnos o aburrirnos, o ser lo que podamos, en el mejor de los casos, que podamos para ser presas de los masones.
martes, 26 de mayo de 2009
miércoles, 20 de mayo de 2009
Nostalgias
Siempre me dieron miedo los lugares cerrados, los completamente obscuros y terribles, aquellos en los que lo más lejos que uno percibe es el largo de la nariz, llegas a pensar que en cualquier momento te darás un golpe en la nariz o caerás en un precipicio invisible para morir irremediablemente. Cada noche, desde que tengo uso de razón me enfrento a ello hasta que el sueño me vence, me veo atrapado en abismos, inmerso en la nada, en lugares completamente vacíos e inmensos.
Todas esas ideas obedecen -definitivamente- a la educación derrotista que recibí de parte de mis padres, siempre he creído que soy carne de esclavos y que moriré así. Esta mañana no fue la diferencia.
Recostado sobre la cama con la mirada impasible hacia el techo mientras pensaba en la vecina Milagros, escuchando el rechinar de su catre ya que ella estaba en ese momento en pleno acto amoroso con Luis: un desempleado astuto del 422 que se tramó con la melancólica Milagros recién abandonada por su pareja de años.
Odio los domingos que desde hace tres semanas me remiten a este momento de ocio: de un hueco en la barriga pesado mientras un haz de luz entra por la ventana y me deja ver las diminutas partículas de polvo que levantan mi despertar.
Es mi alma que se vuelve vieja y que nadie en años ha recogido para darle reposo.
Los niños del edificio adjunto que juegan en el patio desde temprano y ríen mientras hacen travesuras.
Treinta y siete años he pasado viendo cómo todos son protagonistas de su propia vida mientras en la penumbra hoy me masturbo pensando en la patética Milagros y el canalla de Luis.
A lo lejos suena el carro de las paletas con la bocina vieja y medio quebrada de Samuel el jovato nevero que abastece a los niños no castigados en época de calores.
El rechinar del catre vecino se detiene y me levanto de mi lecho de nostalgia a la que siempre me remiten los domingos lentos y calurosos. "Son días de guardar".
Más tarde, cuando comienza el partido de béisbol de la temporada mexicana, escucho los gritos de los niños que rompen un cristal, ausente del mundo, con una cerveza en la mano siento en carne viva el trueno que se desprende de su travesura. El vidrio quebrado atraviesa y pone mi pelos de punta, siento profundo el sonido atravesar mi cráneo y quizá por achaques de la edad comienzo a tener una jaqueca.
Sucio, apático y sudoroso, apago el televisor y me dispongo a tomar una ducha, las cervezas que me habían provocado un leve mareo.
Prendo la regadera y mientras se llena la tina me observo en el espejo, ahí estoy borroso, completamente opaco y amarillento, más borroso que ayer. Tomo los anteojos postrados en la jabonera grasosa y e los pongo para apreciarme a detalle:
Amarillentos, feos, con una curva casi nula y profundos, me veía como un sapo con ellos, y mis arrugas, y mis patas de gallo, los años que no pasan en vano, todos esos recuerdos, esa vejez y esa soledad plañidera que domingo tras domingo se había acentuado tras años de desgaste natural.
El simple roce de los años y del viento al igual que sucede a todas las montañas y creaciones magníficas, me había llegado definitivamente. Me vi como un fósil, como un vejete inútil con reumas leves, poca resistencia al alcohol e incapaz de satisfacer a una mujer desde hace años.
Solo.
Desnudo y escuálido, frente a un espejo enmohecido en un baño sucio, algo ebrio y por lo tanto, nostálgico por mi pasado.
Recordé mi vida entera en minutos, olí a Minerva, el amor de mi vida. Una chica retozante y simpática de costumbres casquivanas que fue vecina mía hasta los 15 años.
De curvas insensatas y faldas cortas que pasaron de ser traviesas en niñez a la causa de mis noches de insomnio en la adolescencia baja.
Recuerdo sobre todo cuando fue mía por primera vez: yo jugaba aún a la rayuela con mis amigos en la vecindad que albergó mis épocas más bellas, esa misma que cayó hace años por ser vieja como yo.
Me llamó pidiéndole ayuda en su buró con una sonrisa maliciosa:
"no puedo bajar mi listón Samuel"-
Y ahí fui como todo un presumido ante la vista incrédula de mis amigos: Rubén, Santiago y Fernando, hoy ya muertos todos. También estaban Miguel y Sabino, el último la vez más reciente que supe de él me enteré de que se encuentra muy enfermo en un loquero. Que come lo que se encuentra y muerde a quien se le acerca, dicen que por una picadura de un bicho raro que lo atacó hace siete años.
Y subí entonces al cuarto de Minerva, cada pasó me acercó a mi adultez, con el corazón a galope, hoy cada paso me acerca a la muerte.
Entonces suena la puerta de mi solitario cuarto:
Toctoctoc.
Y no pienso salir a abrir, hoy no, ni quiero que me jodan ni la tristeza de las viejas vecinas metiches que sienten lástima por mi estampa de solitario sin familia.
Se cansan de tocar tras un rato y retomo mis recuerdos mientras me sumerjo en la cálida tina.
Más cálida que nunca, cierro los ojos y veo dentro de mi cabeza a Minerva cerrando la puerta de la habitación.
Mirándome coqueta:
"No vas a encontrar un listón menso"- Me dice pícara.
Y me quedé mutis e inmóvil; la vi caminar hacía mí mientras mi corazón se aceleraba aún más. Estos recuerdos que hago casi soñándolos me alejan del abismo que veo desde niño cuando cierro los ojos.
Puso sus manos en mi cuello y dejó ir todo su peso contra mí, sentí su joven cuerpo sobre el mío ávido de pasión y exploración, entonces, tras jugueteos logré recibirla como hombre. Recuerdo sus bragas color violeta tiradas junto a mi cabeza mientras ella se movía encima de mi, me sonería y me enamoré. Así de fácil eran esos años, así de fácil venían las cosas y se iban. Ahora no me quedaba más, solo ver como todo se iba, se iba y se perdía en el tiempo para jamás volver, apreciaba y sabía que el pasado no tenía sentido, era una época de nostalgias y fantasmas que tenía poco sentido ya.
Me acuerdo de sus curvas pequeñitas, de sus pezones rosados y de su cara perversa. De su melena china y castaña que le cubría la cabeza como una corona con aroma a lavanda y de su lengua pequeña e inquieta en mi boca. De esas piernas cortitas y carnosas, de esa faldita que usó y después desusó esa tarde.
Del bendito listón.
Milagros me recuerda mucho a Minerva.
La puerta de mi cuarto comenzó a sonar nuevamente mientras yo descansaba plácido en la tina, el agua mágicamente no se enfriaba y tras pensarme entre sueños viejos comencé a llorar.
El baño de azulejos amarillentos, pequeñito con la taza de baño junto a la tina a no más de un metro, el moho en las comisuras del azulejo tipo Veneciano, el techo sucio, el foco que estaba dando sus últimas luces y en el lavabo estaban mis lentes esperándome volver. Tan solo para darme otra vista en el espejo enmohecido.
A lo lejos Don Simón un viejo ambiguo como yo pone una canción a todo volumen que inunda el edificio, las escaleras que parecen un camino a la nada en picada mientras Ibrahim Ferrer le canta a la vida su crueldad.
Yo entendía a ese viejo.
Recordé mis juegos de niño, la sopa de fideos de mi abuela de los Lunes: esos tazones humeantes de caldo de pollo con hierbas de olor y fideos rosados y suaves.
Mis regaños, los años que corrieron más rápido que yo mismo, el tiempo cruel que me comió.
La puerta sonó de nuevo y me sentí con ganas de pasar el resto de mi vida en la tina, como en un líquido amniótico para arrugarme enserio, para recordar todo lo que fui, para llorar con un niñito ante el abrazo del agua y mi desnudez.
Y el sueño me inunda.
Abro los ojos y la imagen es clara.
El agua está roja, bañada de mi sangre.
En la cabeza llevo una corona de vidrios incrustados sobre la calva, sin fuerzas muero en condiciones parecidas a las de mi nacimiento, ahí, detrás de mis pupilas veo el abismo al que siempre he temido irremediablemente.
En unos días saldré en nota roja con el titular:
"Viejo muerto y abandonado"
REmi
Todas esas ideas obedecen -definitivamente- a la educación derrotista que recibí de parte de mis padres, siempre he creído que soy carne de esclavos y que moriré así. Esta mañana no fue la diferencia.
Recostado sobre la cama con la mirada impasible hacia el techo mientras pensaba en la vecina Milagros, escuchando el rechinar de su catre ya que ella estaba en ese momento en pleno acto amoroso con Luis: un desempleado astuto del 422 que se tramó con la melancólica Milagros recién abandonada por su pareja de años.
Odio los domingos que desde hace tres semanas me remiten a este momento de ocio: de un hueco en la barriga pesado mientras un haz de luz entra por la ventana y me deja ver las diminutas partículas de polvo que levantan mi despertar.
Es mi alma que se vuelve vieja y que nadie en años ha recogido para darle reposo.
Los niños del edificio adjunto que juegan en el patio desde temprano y ríen mientras hacen travesuras.
Treinta y siete años he pasado viendo cómo todos son protagonistas de su propia vida mientras en la penumbra hoy me masturbo pensando en la patética Milagros y el canalla de Luis.
A lo lejos suena el carro de las paletas con la bocina vieja y medio quebrada de Samuel el jovato nevero que abastece a los niños no castigados en época de calores.
El rechinar del catre vecino se detiene y me levanto de mi lecho de nostalgia a la que siempre me remiten los domingos lentos y calurosos. "Son días de guardar".
Más tarde, cuando comienza el partido de béisbol de la temporada mexicana, escucho los gritos de los niños que rompen un cristal, ausente del mundo, con una cerveza en la mano siento en carne viva el trueno que se desprende de su travesura. El vidrio quebrado atraviesa y pone mi pelos de punta, siento profundo el sonido atravesar mi cráneo y quizá por achaques de la edad comienzo a tener una jaqueca.
Sucio, apático y sudoroso, apago el televisor y me dispongo a tomar una ducha, las cervezas que me habían provocado un leve mareo.
Prendo la regadera y mientras se llena la tina me observo en el espejo, ahí estoy borroso, completamente opaco y amarillento, más borroso que ayer. Tomo los anteojos postrados en la jabonera grasosa y e los pongo para apreciarme a detalle:
Amarillentos, feos, con una curva casi nula y profundos, me veía como un sapo con ellos, y mis arrugas, y mis patas de gallo, los años que no pasan en vano, todos esos recuerdos, esa vejez y esa soledad plañidera que domingo tras domingo se había acentuado tras años de desgaste natural.
El simple roce de los años y del viento al igual que sucede a todas las montañas y creaciones magníficas, me había llegado definitivamente. Me vi como un fósil, como un vejete inútil con reumas leves, poca resistencia al alcohol e incapaz de satisfacer a una mujer desde hace años.
Solo.
Desnudo y escuálido, frente a un espejo enmohecido en un baño sucio, algo ebrio y por lo tanto, nostálgico por mi pasado.
Recordé mi vida entera en minutos, olí a Minerva, el amor de mi vida. Una chica retozante y simpática de costumbres casquivanas que fue vecina mía hasta los 15 años.
De curvas insensatas y faldas cortas que pasaron de ser traviesas en niñez a la causa de mis noches de insomnio en la adolescencia baja.
Recuerdo sobre todo cuando fue mía por primera vez: yo jugaba aún a la rayuela con mis amigos en la vecindad que albergó mis épocas más bellas, esa misma que cayó hace años por ser vieja como yo.
Me llamó pidiéndole ayuda en su buró con una sonrisa maliciosa:
"no puedo bajar mi listón Samuel"-
Y ahí fui como todo un presumido ante la vista incrédula de mis amigos: Rubén, Santiago y Fernando, hoy ya muertos todos. También estaban Miguel y Sabino, el último la vez más reciente que supe de él me enteré de que se encuentra muy enfermo en un loquero. Que come lo que se encuentra y muerde a quien se le acerca, dicen que por una picadura de un bicho raro que lo atacó hace siete años.
Y subí entonces al cuarto de Minerva, cada pasó me acercó a mi adultez, con el corazón a galope, hoy cada paso me acerca a la muerte.
Entonces suena la puerta de mi solitario cuarto:
Toctoctoc.
Y no pienso salir a abrir, hoy no, ni quiero que me jodan ni la tristeza de las viejas vecinas metiches que sienten lástima por mi estampa de solitario sin familia.
Se cansan de tocar tras un rato y retomo mis recuerdos mientras me sumerjo en la cálida tina.
Más cálida que nunca, cierro los ojos y veo dentro de mi cabeza a Minerva cerrando la puerta de la habitación.
Mirándome coqueta:
"No vas a encontrar un listón menso"- Me dice pícara.
Y me quedé mutis e inmóvil; la vi caminar hacía mí mientras mi corazón se aceleraba aún más. Estos recuerdos que hago casi soñándolos me alejan del abismo que veo desde niño cuando cierro los ojos.
Puso sus manos en mi cuello y dejó ir todo su peso contra mí, sentí su joven cuerpo sobre el mío ávido de pasión y exploración, entonces, tras jugueteos logré recibirla como hombre. Recuerdo sus bragas color violeta tiradas junto a mi cabeza mientras ella se movía encima de mi, me sonería y me enamoré. Así de fácil eran esos años, así de fácil venían las cosas y se iban. Ahora no me quedaba más, solo ver como todo se iba, se iba y se perdía en el tiempo para jamás volver, apreciaba y sabía que el pasado no tenía sentido, era una época de nostalgias y fantasmas que tenía poco sentido ya.
Me acuerdo de sus curvas pequeñitas, de sus pezones rosados y de su cara perversa. De su melena china y castaña que le cubría la cabeza como una corona con aroma a lavanda y de su lengua pequeña e inquieta en mi boca. De esas piernas cortitas y carnosas, de esa faldita que usó y después desusó esa tarde.
Del bendito listón.
Milagros me recuerda mucho a Minerva.
La puerta de mi cuarto comenzó a sonar nuevamente mientras yo descansaba plácido en la tina, el agua mágicamente no se enfriaba y tras pensarme entre sueños viejos comencé a llorar.
El baño de azulejos amarillentos, pequeñito con la taza de baño junto a la tina a no más de un metro, el moho en las comisuras del azulejo tipo Veneciano, el techo sucio, el foco que estaba dando sus últimas luces y en el lavabo estaban mis lentes esperándome volver. Tan solo para darme otra vista en el espejo enmohecido.
A lo lejos Don Simón un viejo ambiguo como yo pone una canción a todo volumen que inunda el edificio, las escaleras que parecen un camino a la nada en picada mientras Ibrahim Ferrer le canta a la vida su crueldad.
Yo entendía a ese viejo.
Recordé mis juegos de niño, la sopa de fideos de mi abuela de los Lunes: esos tazones humeantes de caldo de pollo con hierbas de olor y fideos rosados y suaves.
Mis regaños, los años que corrieron más rápido que yo mismo, el tiempo cruel que me comió.
La puerta sonó de nuevo y me sentí con ganas de pasar el resto de mi vida en la tina, como en un líquido amniótico para arrugarme enserio, para recordar todo lo que fui, para llorar con un niñito ante el abrazo del agua y mi desnudez.
Y el sueño me inunda.
Abro los ojos y la imagen es clara.
El agua está roja, bañada de mi sangre.
En la cabeza llevo una corona de vidrios incrustados sobre la calva, sin fuerzas muero en condiciones parecidas a las de mi nacimiento, ahí, detrás de mis pupilas veo el abismo al que siempre he temido irremediablemente.
En unos días saldré en nota roja con el titular:
"Viejo muerto y abandonado"
REmi
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