sábado, 7 de marzo de 2009

Cantando con la boca cerrada

“Si guardas silencio tendrás un poco en los bolsillos cuando lo necesites.”

Siempre callada y con la mente en blanco miraba Dafne a su abuelo tocar el piano de cola, negro e inmenso, ese piano era el espejo en que mejor se veía ella.
Cerraba los ojos, así se veía.
Bailando y cantando en medio de un espectáculo de bambalinas en el que ella era la atracción especial. Su figura entallaba un bello vestido blanco, pulcro, con vuelos que la hacían parecer una hermosa ave exótica. Una ninfa, la musa más adecuada al mundo idólatra.
Alzaba la voz y quebraba vidrios, rompía corazones se convertía en un sueño inalcanzable.
Era un sueño inalcanzable.
Rosas caían al escenario tras su canto, hombres perdían el corazón al verla caminar, a algún afortunado le guiñaba el ojo y entonces este moría de amor.
Despierta y se ve sangrando, aprieta una rosa roja del tallo y las espinitas de esta la han lastimado.
Entonces toma el periódico e intenta leerlo: Cierra los ojos tratando de concentrar su vencido sentido de la vista, hace todo lo posible por captar cada letrita que de pronto se maña y se empeña en ser incomprensible.
“Hoy en la noche María Callas se presenta en el teatro del ayuntamiento.”
El puente de su calzón se humedece por su sobre estimulado y oculto sexo, la desea, desea probar esos labios que entonan notas tan magníficas.
Desea ese cuello, morderlo, comerlo, hacerlo rojo, lamerlo por completo, deseaba que María Callas fuera suya.
De fondo su abuelo toca una canción lenta con cierta lujuria, al parecer esos momentos jamás terminarán, pero después de tanto tiempo esa luz, esos sonidos, el olor a caoba del estudio, su abuelo y el crujir de la madera en la época de frío se tendrían que terminar.
La tetera sonó:
¡Fshyyyyy!
En la mesa solo se escuchaba el golpe de la cuchara con la taza y los sorbos que de vez en cuando, o su abuelo o ella daban a la bebida.
Ella estaba inmersa en el deseo de ir a verla, de sentir su voz al oído, de olerla, de poseerla por un día.
De contarle sus pasiones más bajas, de mostrarle su secreta excitación.
-Ni lo pienses que hoy tengo dolor en mis huesos- Dijo su abuelo sin dirigirle la miraba mientras se frotaba los brazos.
Y ella ocultó sus lágrimas tras el humo que salía de la taza de té, se ocultó tras la caída de su largo y negro cabello. Bebió té con lágrimas salinas mientras su sueño se esfumaba cuando el equilibrio hacía que su bebida se enfriara.
Mucho tiempo de una paz maldita, de guerras, ruidos, facas y abandono en su interior.
De un deseo incontrolable entre sus piernas, de una nostalgia gigante en su corazón.
Soledad tenía que llamarse ella.
Su abuelo tosió flemático, asqueroso, sin recato alguno sobre su bebida.
Y ella se dio cuenta que hace mucho podía escuchar el caminar de las ratas detrás de las paredes.
Mucha calma para un corazón joven.
“María Callas”
No podía quitársela de la cabeza.
Suspiraba mientras la escuchaba entre sueños.
En el patio, la fuente se enfriaba aún más, a lo lejos se veía el humo de la fábrica de carbón y el cielo que se mostraba rojo, un cielo oxidado que estaba a punto de dar posada a un cuarto menguante casi finiquito.
Una parvada de aves volaban a lo lejos para enmarcar el ocaso.
Ese día oscureció temprano.
Después del té el abuelo siempre dormía una siesta al arrullo de la práctica de Soledad en el piano.
Ese era el trabajo de ella, ser lenta, recatada, noble, súbita como un té, paciente y hermosa como las melodías que tocaba mientras su abuelo dormía.
Odiaba eso, se odiaba por eso.
Y comenzó entonando “Patética” de Beethoven mientras gotitas de lágrimas salinas caían a sus dedos y disfrutaba obscenamente de ello.
Soledad vivía una excitación secreta que solo el cuerpo femenino puede comprender.
Al son de primer movimiento, se imagina de nuevo, ahí, en medio del escenario, dejando detrás a ese piano que desde niña tuvo que aprender con virtuosismo.
Las ratas detrás de las paredes, la madera crujiendo, la noche cayendo, sus lágrimas y su sexo estimulado por el banco, todo está en sintonía con su música.
Ve a su abuelo, ahí quieto, sin moverse ni un poco, en una calma insoportable, Soledad toca deseando hacer que el tiempo ocurra más pronto, no puede quitarse de la cabeza la idea de que, debe verla, debe decirle lo que siente cuando la ve, cuando piensa en ella.
Su abuelo parece quieto, demasiado, inclusive podría…
Y su pecho se le oprime, no sabe si de gusto o tristeza, esta será la última pieza para él, la toca como nunca antes lo hizo.
Ahí su abuelo con silencio de tumba entre las ratas, la madera, la noche y las lágrimas de la sobre-estimulada Soledad escuchando su última pieza.
Soledad ríe incontrolablemente mientras toca las últimas notas para su abuelo con tanta pasión, que sus dedos cortados han dejado las teclas del piano con manchitas rojas como si esta fuera la escena de un asesinato.
Se pone de pie y tras darle un beso en la frente al vejete corre a su habitación a arreglarse.
Las ratas, la madera, la noche, las lágrimas y el sobre-estimulado sexo de Soledad al fin tendrían saciedad esta noche si todo salía bien.
Hoy vería al fin a “María Callas”


Y este lo terminé apenitas.
REmi

2 comentarios:

Morrigan. dijo...

Cuando te vuelves viejo, si cantas con la boca cerrada terminará saliendote por los ojos. Lástima... Lástima Margarita.

Saludos!

REmi dijo...

jajajaja
con algún gusanito por ahí seguramente