viernes, 30 de noviembre de 2012
viernes, 23 de noviembre de 2012
jueves, 15 de noviembre de 2012
martes, 6 de noviembre de 2012
Salitre y seca.
Hacía meses Ana se veía pálida. La luz en sus grandes ojos
negros había desaparecido y caminaba cabizbaja, desarreglada, las miradas de
jóvenes se desviaban ante tal imagen de vergüenza y tristeza. Semanas atrás
durante mucho tiempo aún más atrás, era objeto de escrutinio a lo lejos, juventud curvilínea con lujuria y deseo. Hoy el
silencio inundaba su departamento cada mañana, un leve calor brotaba de la
cocina como si se tratase de un micro infierno en vida ante el hervor de una
tetera continuamente ignorada por su dueña.
El vapor inundaba el pequeño cuadro y ella recostada miraba
al horizonte meditabunda. Había perdido al amor de su vida y la muerte le
recorría la cabeza a cada segundo. Semanas de descuido en su alimento se basó
en nostalgia y vapor de agua. Por ese motivo cuando el perito llegó a la
escena, esperaba alguna escena horrible, ninguna como la que encontró en el
departamento.
Esa mañana Ana amaneció después de una noche en vela. El insomnio
se había apoderado de su rostro. Se decidió a tomar el camino fatal más poético
jamás imaginable.Preparó un café amargo y tendió la ropa de su novio en la cama
dispuesta a ser vestida. Escuchó con detenimiento las risas de niños jugando en
el parque, el tránsito de la calle y el mundo rugir su existencia como
implorando su muerte y receso. Inclusive logró percibir un silvar, quizá el
viento que la tierra choca con su movimiento estrepitoso estelar. Abrazó la
ropa y cuando la soledad le alcanzó y sintió la primer lágrima en su mejila
retomó su destino.
Desde la llamada los propios oficiales encargados se
mostraron extrañados por la imagen. El perito acostumbrado a las escenas más
grotescas dio poca importancia a la palabra “increíble”, mencionada un
sinnúmero de veces en un periodo de no más de cinco minutos.
Un aroma a sal rodeaba el espacio etéreo entre el sopor del
calor de la tetera encendida. Aquella humedad brindaba al ambiente una
sensación lejana y dificil de digerir. La tetera vacía se había fragmentado por
el calor, las ventanas estaban empañadas, y ropa desprendida regada en el piso
señalando el camino directo de la cama al baño figuraban en la última morada de
Ana como un camino fatal.
En la puerta del baño, unas bragas rosadas, aún tibias ante
el palpado del perito que se sintió perversamente exitado al volar su
imaginación como si tocara la envoltura de un regalo. La idea del cuerpo
desnudo y frágil de la mujer muerta llegó de golpe a su cabeza. Intentó
inutilmente ocultar su agobio y antes de abrir la puerta, el oficial Damían le
detuvo:
-“Debe saber que lo que observará es inaudito”.
¿Un cuerpo muerto? Habré visto cientos en mi vida.
-Ninguno como esté. –Aseguró el oficial.
Lo dudo mucho.
-Le digo la verdad.-
¿Exceso de sangre?-Pregunta el perito.
-Ni una gota.
Asfixia, envenenamiento, cianuro, cientos de causas pasaron
por la cabeza del hombre, al paso de un par de minutos se quitó de encima al
joven oficial y pidió un rato a solas para realizar el primer dictamen. A esta
altura el perito estaba harto de la intrusión del oficial, deseaba correrlo,
entrar a la escena y observarla. En la cama había visto fotografías de la mujer
junto a su también marchado amante. Su cuerpo, su rostro, su ser y su aroma
conjugaban a una persona disfrutable. Una Afrodita en vida. Quizá también en
muerte.
El perito ocultaba su gusto por los cuerpos muertos,
inertes. Su trabajo le permitía desbocar aquel gusto culposo sin restricciones
ni reproches. La frialdad de los senos de las occisas, -aseguraba en su secreto
más oculto- eran inigualables, la sangre detenida, helada en las venas
silenciosas de un corazón muerto le daban una sensación de poder sin
comparación.
Abre la puerta y se queda congelado. Comprende no existe
modo de describir lo observado: Un cuerpo seco, arrugado y desprovisto de toda
vida se encontraba sumergido en una tina en agua salitre.
Ana se había metido completamente desnuda una noche antes a
la tina vacía, en completo silencio, desprovista de toda ilusión, comenzó a
llorar tanto que se quedó seca. Había muerto por deshidratación y ahogo. Se
había asfixiado en sus propias lágrimas. La tristeza le orilló a esta clase de
muerte inaudita. No había forma de adentrar todos los detalles con objetividad
en los formularios sin sentir que se cometían grandes omisiones al caso.
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